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Pagar matrícula para "Vivir en pareja"

Columna del 11 de marzo de 2022 para el espacio “Vivir en pareja” de Le doy mi palabra programa de radio Mitre conducido por Alfredo Leuco en Radio Mitre.

¡Listo! ¡Te enamoraste! Encontraste tu media naranja y deciden vivir juntos esperando que será siempre un jardín florido, el clima eternamente templado, sin tormentas y si las hay van a ser pasajeras, cada mañana será un nuevo renacer y en cada noche arderán en deseos y amor pasional. 

Ponele unos violines de fondo, claro. 

¿Sabes qué? No nacimos el uno para el otro, no somos la media naranja de nadie. ¡Cuánto daño nos hicieron estos mitos irreales y tramposos! Nos engañaron con lo de la felicidad eterna y no nos dijeron que había que pagar una matrícula para convivir con un otro que nunca es exactamente como nos gustaría y ahí empiezan los problemas y las penurias. 

En lugar de jurarnos amor y fidelidad eternos, habríamos podido anticipar todo pagando la matrícula de la convivencia. 

Son tres promesas: 

Va la primera: NO INTENTARÉ QUE CAMBIES. Si tu otro no es exactamente como querés seguro que ya trataste de que sea diferente. El otro también intentó cambiarte para que seas como necesita. Y ninguno de los dos pudo, ¿no es cierto? Es que obligar a alguien a no ser como es es un juego dañino, irrespetuoso que produce frustración, porque ese cambio no sucede. Uno y otro, los dos, ven que no pueden cambiar al otro, el resentimiento crece, la convivencia se corroe y la va volviendo un infierno.

La mala noticia que tengo es que nadie puede cambiar a nadie. El solitario ama la soledad y no se siente cómodo entre mucha gente. El sociable ama estar con otros y evita la soledad. Pedirle a un solitario que quiera estar con gente o a un sociable que quiera estar solo, es pedirles algo que difícilmente puedan hacer porque contraría sus naturalezas. Y así con todas las cosas. La primera es entonces: no intentaré que cambies.

La segunda promesa es: NO CREERÉ QUE ME LO HACÉS A MI. Cada uno es como es, hace lo que puede, incluso me atrevo  a decir que hace lo más que puede. Si tu otro no domina el arte de la conversación, es silencioso y poco elocuente, esperar que hable, es esperar algo que difícilmente sucederá. Y no te lo hace a vos. Es así. No le sale hablar, no está cómodo hablando, no es que no quiere hablar con vos, es que el momento de hablar puede serle angustiante porque no está entrenado en hacerlo. Creés que te lo hace a propósito, por pura maldad, que no le importás, que ya no te quiere. Y las más de las veces, no es así. Es que hablar no es lo suyo y difícilmente cambie. Le estás pidiendo peras al olmo, y ningún olmo da peras. No te lo hace a vos. Es así. No es contra vos, por eso es tan importante tu promesa en el pago del peaje de no creer que te lo hace a vos, que lo aceptás cómo es. 

Ver que no se lo hace a uno es liberador, lo saca a uno de la queja, del reclamo, de la acusación porque se deja de esperar lo que el otro no tiene o no puede. La segunda promesa es entonces: no voy a creer que me lo hace a mí.

Y la tercera promesa es: NO ESPERARÉ A QUE ADIVINES. Si necesitás algo, pedilo. Los adivinos y videntes adivinan, las personas comunes no. El otro está igual que uno, tampoco pide, también espera ser adivinado. Cada uno en su propia burbuja, creyendo que el otro sabe qué necesitamos, qué estamos esperando y cuando no sucede, vienen el dolor, la queja, la acusación de “¿Cómo que no sabe? ¡tiene que saber! lo que pasa es que no me ve, no le importo”. No, lo que pasa es que no adivina, si no decimos claramente lo que queremos, no lo sabe. Si no nos dice claramente lo que necesita no lo sabemos. Esperar que adivine es una perversa prueba de amor que no prueba amor sino la incapacidad del otro de adivinar. Es más realista, económico y efectivo pedir. La tercera promesa es no esperaré a que adivines.

Somos vulnerables, frágiles e imperfectos, esperamos ser reconocidos y satisfechos y perdemos de vista que al otro le pasa exactamente lo mismo, también espera ser reconocido y satisfecho. Y ojo que la matrícula no es opcional, es tan obligatoria como el cinturón de seguridad, nos protege de los accidentes de la vida y permite un viaje juntos amable, respetuoso y amoroso.

Y si no pagaste la matrícula al principio, siempre estamos a tiempo, capaz que es eso que creías que ya no funcionaba se reaviva con esta proposición tuya. Va de nuevo: 

me comprometo a 

  • no intentar cambiar al otro 

  • no creer que todo “me lo hace a mí” 

  • no esperar que adivine, pedir lo que necesito

Desnudez emocional: parejas, conversaciones, intimidad...

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“Las nuevas constelaciones de pareja son un ejercicio de libertad, y también un salto al vacío”

¿Todas las parejas están condenadas al fracaso? ¿Por qué? ¿Qué características nos llevan inevitablemente a él?

De ninguna manera. Ni todas ni la mayoría, tal vez muchas, pero son números inciertos y todas/mayoría/muchas son apreciaciones. ¿Qué es fracaso por otra parte? ¿Separarse? ¿Estar juntos en la desdicha? El fracaso se mide por cuál es la expectativa de éxito. Entonces ¿qué es éxito? ¿no discutir nunca? ¿vivir la atracción sexual igual que el primer día? Tanto fracaso como éxito son subjetivos y dependen de cuanto las expectativas coinciden con los logros. Cuanto más alta la expectativa más se alejará del logro, o sea que una expectativa alta conducirá a una vivencia de fracaso doloroso. 

  • ¿Cómo, y por qué, sostener un proyecto de a dos a pesar de que el “para siempre” ya no lo creemos más? (¿O sí lo creemos?) ¿En qué lugar nos deja ese cambio de la subjetividad? Como señalás en tu libro Te amaré para siempre: ¿dónde quedaron las perdices?

El título de mi libro (es Te amaré eternamente) refiere al mito romántico que puede resumirse en “el amor todo lo puede”. El “para siempre” es un anhelo de cuando la vida terminaba alrededor de los 50, cuando los hijos estaban criados y ya estábamos viejos y a punto de partir. Hoy cambió la expectativa, los 50 son años jóvenes, le siguen los 60, los 70, los 80 y hasta los 90 en actividad y con proyectos. ¿Cómo esperar un “para siempre” cuando a lo largo de todos estos años se van cambiando expectativas, necesidades, proyectos? Los caminos a veces divergen y la pareja deja de ser la mejor compañía o hasta entorpece los nuevos pasos. Por otra parte, en la convivencia nos vamos construyendo juntos, gran parte de lo que vamos siendo es consecuencia de como va siendo nuestra pareja y lo que vamos tejiendo juntos; uno es uno y también lo que va siendo junto con el otro. No es fácil elegir separarse y si uno lo hace se lleva consigo parte de lo que construyó en la convivencia. Un maestro mío decía que el divorcio no existe, que llevamos en nosotros cada una de las parejas con las que convivimos y con las que nos fuimos haciendo. 

  • El amor romántico está hoy en la mira, ¿cómo reconvertir ese sentimiento/anhelo sin (tantos) velos ni ideales imposibles?

Aquel ideal romántico que tenemos hondamente incorporado y que sigue siendo lo que esperamos, dura poco y no hay engramas o estructuras de las que aprender para saber cómo seguir cuando la infatuación, el enamoramiento, la pasión, se van apagando y sigue el día a día, las negociaciones acerca de conductas, actitudes y costumbres. Muchos hoy lo saben aunque esperan que el flechazo sea persistente, ¿quién sabe? capaz que el milagro suceda. Pero saber que no dura le quita sal y pimienta al gusto de la pareja, desanima. El velo quitado nos dice que el amor eterno se reconvierte y eso parece reducir el atractivo de aquella promesa romántica y son no pocos los adultos jóvenes que, por esa causa, no se entregan a la aventura de armar una pareja y seguirla.  

  • Los cuestionamientos a la monogamia -por ejemplo, de la mano del poliamor, y en contra de la infidelidad- replantean el concepto de pareja “estable”. ¿Qué desafíos supone esta redefinición para parejas, y también para solteros?

Estamos en un momento complejo en este sentido. Las ansias de dibujar el propio destino, de construir las relaciones de modos que se adapten a alguna necesidad del momento, las nuevas constelaciones de pareja, son por un lado un ejercicio de libertad pero por el otro un salto al vacío. Paul Watzlawick, el original psicólogo de la Escuela de Palo Alto, decía que era adulta aquella persona que hacía lo que sus padres querían pero porque lo quería ella. Es decir, la estructura cultural que uno tiene incorporada es la que a uno lo configura, le guste o no, con un mapa claramente marcado, con calles, avenidas y reglas de tránsito. Las nuevas búsquedas amorosas se transitan sin caminos previos, abriendo senderos en bosques espesos sin saber cómo sigue, cómo será y muchas veces sin tener los recursos necesarios para la aventura y en riesgo. Tras el placer de abrir sendas vírgenes, el placer del adelantado, del conquistador, puede haber una vivencia de desolación ante peligros que sorprenden. Por ejemplo, la pareja tradicional se funda en el compromiso mutuo de no tener relaciones extramatrimoniales, lo que se suele llamar infidelidad. Algunas de las nuevas modalidades eximen a sus miembros de ese compromiso. Pero los celos, la necesidad de confirmación, la sed de pertenencia, el temor a la exclusión y a la soledad son características que integran nuestra subjetividad. La pareja tradicional lo ha reglado a lo largo de siglos como sus “reglas de tránsito”, que regulan incluso su transgresión y continuidad. Las nuevas parejas o constelaciones deben improvisar, reglarlo una y otra vez e incluso ir cambiando las reglas a medida que las relaciones van creciendo o complejizándose, requiere un trabajo de negociaciones a veces agotador y lo que es promesa de libertad se torna en una inesperada prisión. Y se me abre la pregunta de cuánta es la libertad que podemos esperar al momento de unirnos emocionalmente a una u otras personas. La idea de la libertad es más compleja de lo que parece. No es hacer lo que uno quiera en el momento en que uno quiera. Es aprender a respetar lo que uno quiere al tiempo que se respeta lo que quiere el otro. Y el otro es siempre un límite a nuestra ansia de libertad.

  • Los y las sexólogas son furor en Instagram y en lanzamientos editoriales. ¿Qué opinás de esta liberación sexual y el discurso del “derecho a gozar”? ¿Qué riesgos hay de que se convierta en una especie de “deber ser”?

Forma parte de lo que creemos que es el amor y de cómo definimos y consideramos una sexualidad satisfactoria. Estamos viviendo momentos privilegiados respecto a los derechos al placer y a la satisfacción de las necesidades. Nunca antes en la historia de la humanidad se ha planteado todo esto como un derecho, y un derecho universal. El derecho implica la idea de que es legítimo conseguir lo que a uno le hace falta pero veo que muchas veces no se considera del mismo modo que a todos no nos hace falta lo mismo. Cuando se habla de sexualidad muchas veces pareciera que se habla solo de gimnasia, del desarrollo de una habilidad, dando por sentado que es una necesidad de todos. Y no siempre lo es. No me refiero a la sexualidad reproductiva sino a la placentera, a la que se elige solo “perche mi piace”, son dos necesidades de diferente orden, el primero colectivo y el otro personal.  No todos tenemos la misma apetencia sexual, ni la misma intensidad ni la misma necesidad. Podemos pasar largos períodos de nuestra vida sin encuentros sexuales y sin que sea un desmedro de ningún tipo ni una carencia básica, traumática y dañina. No es forzoso ni obligado ni indispensable. Lo que sí lo es, es el ansia de intimidad. Suele suponerse que lo íntimo tiene que ver con la desnudez y la genitalidad, y en parte es cierto, porque la intimidad requiere de la desnudez emocional, de una relación con tal confianza que permite que se muestre lo que yo llamo la “mancha de caca en la bombacha”, eso que todos tenemos y que nunca jamás exhibiremos. Encontrar una relación en la que podamos relajarnos y entregarnos confiadamente aún cuando expongamos nuestra mancha, aunque no haya sexo, es el anhelo más profundo que tenemos.

  • En la era de las comunicaciones, necesitamos aprender a comunicarnos mejor. ¿Por qué nos cuesta, o no sabemos, mantener conversaciones asertivas? ¿En qué fallamos (habitualmente)?

Es que no nos enseñaron a hablar. Balbuceamos palabras creyendo que los sonidos que emitimos son propuestas comunicativas y las más de las veces son ataques. Cuando nos dirigimos a otro intentando comunicar algo que nos pasa con esa persona es habitual usar el idioma de la queja, el reclamo, la crítica, el juicio y el de la acusación. Son todos ataques. Son todas diferentes maneras de decirle al otro que todo lo que pasa es por su culpa. Y ante un ataque, como todo mamífero, nos defendemos. La escucha defensiva es una escucha obturada, no se puede escuchar si uno está pensando cómo defenderse de lo que vive como un ataque. Y no nos damos cuenta de que lo hacemos, creemos que estamos siendo objetivos y que estamos describiendo la realidad y no advertimos que si lo hacemos acusando, el mensaje no se oye, solo llega el ataque. El hablar en segunda persona, el hablar del otro, el ponerse en el lugar del fiscal acusador hace imposible la comunicación comunicativa. Aprender a hablar se puede, no es difícil ni imposible, se puede entrenar como una nueva habilidad que, creo, es una súper habilidad porque nos permitirá comunicar cuando hablamos y encontrarnos con nuestro otro en un territorio amigable y cooperativo en lugar del habitual escenario bélico que tanto nos daña a ambos.

  • En tus cincuenta años de ejercicio como terapeuta de parejas, ¿por qué razones te consultaban las personas cuando empezaste a trabajar, y por qué acuden hoy? ¿Cuáles fueron/son los principales cambios a lo largo de este tiempo?

Las razones no han cambiado. Todos vienen con una pesada mochila de desdicha que esperan se aligere. La desdicha tiene ingredientes similares: no le importo, me critica, me descalifica, no me entiende, me agrede, no quiere sexo, me excluye, no me quiere. El pedido que recibo es siempre el mismo: que cambie al otro, la visión que tenemos es que lo nuestro es la norma de lo que está bien, de la verdad y de la salud, que es el otro quien desacuerda, quien lo transgrede, quien hace todo mal. Obviamente, el otro cree exactamente lo mismo. 

  • Entre tu estudio del psicoanálisis, la teoría sistémica y tu propia intuición e investigación, ¿qué aprendiste, o qué descubriste con el tiempo, en relación a las dinámicas de pareja y el amor?

Que no estamos dispuestos a pagar la matrícula sine qua non. Cuando nos unimos a alguien en un proyecto de pareja dejamos de considerar, porque no lo hemos pensado, porque no lo hemos aprendido, porque no nos lo han enseñado, porque preferimos no verlo, que si no pagamos la matrícula de ingreso todo lo que siga se pondrá en peligro. La matrícula indispensable son dos promesas que nos comprometemos a cumplir:  1) aceptar al otro así como es y 2) no intentar cambiarlo. Es muy cara, lo sé, pero es la única garantía de que la aventura de convivir tendrá posibilidades de ser pacífica.

  • Asegurás que no tenés problemas en involucrarte con tu vida personal en el diálogo del consultorio. ¿En qué medida llevaste estos aprendizajes a tu propia vida, tu vida personal?

Es un ida y vuelta constante. Las parejas que veo me enseñan día a día cómo enfrentar cosas de un modo que a mí no se me había ocurrido. Agradezco la nueva opción que surge y aplico luego a mi propia pareja. Al mismo tiempo, cosas que voy descubriendo en mi pareja me son muy útiles en las consultas. La profesional y la esposa son la misma persona. Cada consulta me enfrenta con mis propios conflictos, me los redefine y me permite cambiar la perspectiva. Es una tarea que abre un sinfín de alternativas, siempre originales porque vienen con esos matices personales que siempre me sorprenden. Y es maravilloso seguirse sorprendiendo ante cosas que en su planteo parecen siempre iguales. Cuanto más porosa sea, cuanto más deje que cada experiencia ilumine un nuevo rincón oscuro de esos que tengo como tenemos todos, más me enriquezco, atenta en el consultorio, hoy por zoom, o sentada a la mesa, con mi marido saboreando, a veces en silencio, una cálida copa de vino. 

Publicado en Clarin

Negatividad, esa piedra en el camino.

 
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En estos días en que estamos obligados a permanecer guardados porque hemos elegido cuidarnos y cuidar, la convivencia forzada y forzosa acentúa y reaviva cosas que ya venían pasando. Nos llueven por todas partes consejos y sugerencias para transcurrir este período de la mejor manera posible. Home office, reuniones familiares y de amigos, muchas actividades, mucha pantalla, mucho zoom y whatsapp, es como si existiéramos de la cintura para arriba, no importa qué zapatos llevamos. Ya estamos entrando en la recta del hartazgo, del cansancio, en el gris cotidiano en que todos los días son domingo y los horarios nos son esquivos porque da igual.

Ahora es cuando tenemos que estar alertas y no dejar que nuestras propias tendencias, cuando son negativas, nos venzan.

Hablemos de la negatividad. Se la ha descripto como un sesgo, un efecto que determina que respondamos más fuertemente a situaciones y emociones negativas que a las positivas. Si hacemos o decimos algo y recibimos elogios y felicitaciones, nos sentimos complacidos, pero si entre ellos aparece un comentario adverso, se vuelve lo único, lo más importante, nos obsesiona, nos altera la percepción y borra los elogios y aplausos. Somos mucho más permeables a lo negativo que a lo positivo. En la historia de nuestra evolución, el sesgo de negatividad fue esencial para nuestra supervivencia porque nos mantenía alerta frente a cualquier peligro, pero hoy puede ser una potente amenaza que altera nuestra mirada y modifica peligrosamente nuestra conducta. 

El sesgo de negatividad es hoy, más que nunca, una gran piedra en el camino de la convivencia, tanto con nuestra pareja como con quien sea que estemos conviviendo. Cualquier cosita, cualquier pelusa que flote en el aire puede volverse un doloroso conflicto que termine en acusaciones y peleas. Todos tenemos ese sesgo pero no todos vivimos esa tendencia a la negatividad del mismo modo. Las personas que la tienen instalada como parte esencial de su personalidad son las que tienen que tener un cuidado especial porque pueden deslizarse a emociones desgarradoras que alteren su percepción de lo que están viviendo y transformen la convivencia en un infierno.

Uno se ve inundado por la pregunta de ¿por qué no me quiere? o ¿por qué no me valora? o ¿por qué no le importo? que insiste, horada y se transforma en un alud que desciende sobre uno con una potencia arrolladora y nos aplasta y sumerge en la más honda desdicha.

Dado que nadie es perfecto y que nadie satisfará completamente nuestras necesidades, el sesgo de negatividad será una lente que tomará las imperfecciones de nuestra pareja como centro de nuestra mirada, las exagerará y las volverá un muro infranqueable contra el que chocaremos una y otra vez. En lugar de ver lo que está bien, de apreciarlo y agradecerlo, seremos solo recipientes de lo que está mal, de lo que no funciona. Lo que está bien se vuelve difuso y poco importante, casi que desaparece y solo somos receptores de lo que está mal.

En los estudios de parejas que conviven hace largo tiempo se encontró que uno de los temas centrales era la reacción ante la negatividad. Que no es tan importante cuánto hay de bueno o positivo en cada uno sino cuál es la reacción que tiene frente a lo negativo. La forma en que cada pareja encara sus interacciones problemáticas será la medida de su continuidad o fracaso. 

En esta convivencia virósica actuamos del mismo modo que ya lo hacíamos antes, solo que ahora se ve más, es más exagerado, no lo podemos evitar. Si ya venía ganando el sesgo de negatividad en nosotros, estamos ahora en un problema grave porque seguro que ha aumentado. Y una de sus características es que es muy contagioso, tanto como el coronavirus. La “mala onda” de uno, que es la forma en que el sesgo empieza a hacerse visible, genera fatalmente la “mala onda” de todos, el clima se enrarece, todos contagiados porque es altamente tóxico. 

Si el sesgo de negatividad es una de tus características, tal vez éste sea un buen momento para revisarlo y ver cuánto lo podés diluir. Si no, este poderoso auto sabotaje desgastará tanto la relación que lo bueno que pudiera estar habrá desaparecido de tu percepción. El sesgo de negatividad, no puede ser anulado, pero puede ser relativizado o amaestrado. 

Podés evitar el ciclo destructivo que produce. Son tres pasos. Detectar la negatividad ni bien aparece, no dejarla crecer. Preguntate dónde la sentís, después de qué te aparece, cómo suele acometerte sin que te des cuenta, ¿es un pensamiento?, ¿es una incomodidad?, ¿es un impulso motriz como pegar, salir corriendo, gritar? ¿es una sensación difusa pero alojada en alguna parte del cuerpo? Una vez que la tengas claramente individualizada, el segundo paso es controlar y frenar tu reacción, ponerla en stand by, no decir eso que mejor callar, no mirar como mejor no mirar, no actuar como mejor no actuar. El tercer paso es revisar, dialogar con el acceso de negatividad que te está ocupando. Digo bien, te está ocupando, como un alien que se aloja en tu interior y te tira gases venenosos pero que no es un desconocido. Miralo de frente, ponelo en palabras, conocelo, no te dejes ganar. Reconocelo como aquel impulso maléfico que tanto daño te hizo siempre y frente al cual te dejaste vencer una y otra vez. 

Son tres pasos: reconocerlo, frenarlo y conocerlo.

No hemos elegido someternos a esta pandemia ni vivir este encierro.  Pero sí habíamos elegido vivir con nuestra pareja y hoy podemos elegir hacerlo de una manera pacífica. 

El sesgo de negatividad es tan destructivo como el virus del corona, igualmente contagioso y maléfico cuando nos toma con la defensa baja. La convivencia forzosa nos bajó las defensas. No dejes que la negatividad te gane la batalla. Podés elegir. 

publicado en LN el 16 de mayo de 2020 como “Cuarentena. La negatividad en la convivencia y tres pasos para amaestrarla”.

Cercanía forzosa.

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El mundo barajó y está dando de nuevo. Cada uno en su casa protegiéndose y protegiendo. Estamos ante un desafío global inédito y deberemos ponerle la mejor onda a esta convivencia tan próxima, tan inescapable, tan provocadora.

Esta cercanía, parecida a cuando nos vamos de vacaciones y tenemos que estar juntos tooooodo el día tooooodos los días, se complica hoy con la restricción geográfica de no poder salir de las cuatro paredes que limitan nuestro espacio de vida y no podemos huir de nosotros mismos. 

Me hace acordar a lo que me pasó cuando comencé a usar lentes de contacto. De pronto descubrí cómo era mi cara de verdad porque no pude más que ver todo lo que antes no veía. La miopía no te deja ver bien, es como si todo estuviera más lejos. 

Y de lejos todo es más lindo. 

La cercanía puede ser cruel porque revela los detalles mínimos. Lo mismo pasa ante alguien que no se conoce, se lo ve como a la distancia y con bordes poco nítidos y parece tener cualidades, colores y condiciones que, a medida que nos vamos acercando y viendo con más precisión, advertimos que no siempre estaban. 

Solemos ser miopes con los desconocidos y los investimos con lo que esperamos, lo que necesitamos, lo que nos gustaría que tuvieran. Ellos tampoco ayudan porque se presentan con su mejor cara, como las fotos que elegimos publicar en las redes sociales.  

Esta combinación, tantas veces tramposa, se va desmoronando a medida que nos vamos acercando y los detalles comienzan a dibujarse con mayor claridad. Lo que brillaba se opaca. Lo que era cuidado y nítido se vuelve desaliñado y desprolijo. A medida que la distancia se va acortando, la diferencia entre lo que se creía ver al principio y lo que hay puede ser fatal para la continuación de la relación. O no, puesto que a veces, mirar de cerca permite ver cualidades que de lejos pasaban desapercibidas y no se valoraban.

Pero a veces, más de lo que imaginamos, la imagen primera, aquella promesa de perfección, sigue existiendo como promesa y si el otro resulta no ser tan bello, tan dulce, tan amoroso, tan inteligente, tan comprensivo, tan ordenado, creemos que nos lo hace a propósito. Lo que veíamos a la distancia era tan maravilloso que reconocer la realidad es un doloroso golpe a la ilusión mágica de perfección y felicidad total e instantánea. Por algo los cuentos de hadas terminan con el matrimonio. La convivencia es como mis lentes de contacto, acorta la distancia y las imperfecciones se hacen visibles. Nos sentimos traicionados y aquella ilusión de felicidad se va borroneando y nos deja con la pregunta atormentadora de si era éso lo que esperábamos, lo que nos merecíamos, con lo que tendremos que vivir el resto de nuestra vida.

Dan Ariely, académico de la universidad de Duke, lo dice claramente en este video animado (https://bit.ly/2tSnLmJ, activar subtítulos) donde hace una analogía entre una pareja y un departamento alquilado. Imaginemos, nos dice, que el contrato de alquiler es de día por día, el inquilino no sabe si seguirá al día siguiente. ¿Hará alguna mejora en el departamento? ¿lo pintará si comienza a descascararse? ¿resolverá algún problema que pudiera aparecer? ¿lo embellecerá? ¡Claro que no! si no está seguro de que seguirá allí no hará ningún esfuerzo. Lo mismo pasa con la pareja. Cuando ya  no brilla ni nos entusiasma como esperábamos, nos aferramos a la idea de mudarnos, “¿y si me voy y busco otro?” estamos como el inquilino de día por día. ¿Para qué invertir en mejorar la convivencia si deseamos que termine? El divorcio parece la única salida.

Estamos en un momento en que debemos asumir que el alquiler seguirá por un tiempo, que no podemos dejar pasar las cosas que se deterioran o descascaran porque es el espacio en el que vivimos. Limpiemos las telarañas que se acumularon, pongámoslo lo mas lindo que podamos, cambiemos los muebles de lugar y busquemos los espacios en los que nos vemos mejor, en los que vemos a nuestro otro mejor. Hoy lo que soñábamos al principio está puesto en cuestión y nos encuentra en un lugar que tal vez no habíamos buscado pero en el que se nos va la vida. Hay que barrer todos los días, poner flores, arreglar esa canilla que gotea y el enchufe que está en corto. Es un esfuerzo, pero el mantener las cosas lo mejor posible hará que la casa -es decir, nosotros- se vea mucho mejor. Aprovechemos este torcimiento de la vida que nos fuerza a convivir tan cerca para encontrarlo que habíamos pasado por alto, lo que dábamos por supuesto, lo que habíamos dejado de ver y valorar.  

Demasiado lejos enciende nuestra imaginación y no nos deja ver. Demasiado cerca atenta contra nuestra perspectiva y tampoco nos deja ver. Encontrar la distancia óptima, una nueva perspectiva, es uno de los secretos de esta convivencia insólita para volverla a nuestro favor lo más que podamos. Respetemos nuestros momentos de aislamiento dentro del aislamiento: si hace falta cerremos una puerta y quedémonos solos recuperando el aire. La presencia constante del otro que opina, critica y juzga es desgastante. Recordemos además que nosotros somos el otro de nuestro otro y evitemos, en lo posible, opinar, criticar y juzgar porque intoxica el aire. Encontremos la distancia óptima para que esta convivencia no se vuelva un infierno. Sartre decía “el infierno son los otros”. Prestémosle mucha atención y pongamos todo nuestro esfuerzo en que no lo sea.


Tal vez suene cursi y meloso, pero esta cercanía forzosa nos desafía a bajar un cambio y reencontrar aquello que nos enamoró, aquello que nos puede hacer bien aunque nuestro otro se empeñe en no ser todo lo perfecto que esperábamos. El amor no es un estado de pasión y entusiasmo estable e inamovible, cambia, por momentos parece que ya no está, tiene diferentes caras, como la luna. Parafraseando a John Lennon, démosle una oportunidad al amor.

Publicado en La Nación

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Fracasar en la pareja: curso breve y garantizado.

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Hay tres premisas básicas que llevan a un fracaso seguro. 

Adivinación. Mi otro “sabe” lo que necesito, lo que espero y lo que quiero. No es preciso que se lo diga ni que se lo pida. Si no me lo da o si no lo hace es porque no me considera, no le importo y/o no me quiere. 

Destinatario. Todo lo que hace/no hace/dice o no dice el otro, me está dirigido a mí, a propósito y para hacerme daño. 

Verdad. La verdad es una sola, clara, objetiva y tal cual la veo yo. Cuando el otro no lo acepta y se “encapricha” en ver las cosas de otra manera es fundamentalmente para contradecirme.

Estas premisas son falsas y tienen dos corolarios fatales: 1) la culpa de todo la tiene el otro porque todo lo que hace está mal. 2) probablemente nuestro otro tiene las mismas premisas falsas y cree que somos nosotros los causantes de todo su mal.

Seguir estas tres premisas falsas y sus corolarios consecuentes, resultan en por lo menos 3 comportamientos destructivos.

¿Quién debe cambiar? No yo sino obviamente el otro. Convencidos de que nuestra visión es la correcta, de que somos poseedores de la verdad y de la conducta apropiada obviamente quien debe cambiar es quien hace todo mal, no entiende, no quiere o no le importa. Nuestro otro cree exactamente lo mismo, es decir, que quienes tenemos que cambiar somos nosotros y por las mismas razones. Encima, lo peor es que nadie puede cambiar a nadie solo uno puede decidir cambiar, y hasta cierto punto. 

Hay que insistir. Apelando a cualquier y todos los recursos debemos conseguir que el otro se de cuenta de su maldad o incapacidad esencial y culpable. Si no cambia a pesar de las evidencias que insistimos en enrostrarle y que creemos son incontrovertibles: apelaremos al reclamo acusatorio, a la discusión enojada, al señalamiento iluminador, a poner el punto sobre las íes con la esperanza de convencer a esta persona que se encapricha y no ceja en ser igual a sí mismo como si no le importara nuestra firme arenga cotidiana. Es más, no solo no agradece nuestro empeño constante en hacerle cambiar sino que encima le irrita y enoja. Casi todas las peleas en las parejas son enfrentamientos en los que se juega la convicción de que insistiendo se logrará el cambio que cada uno desea en el otro.

Castigo. Si con la insistencia militante el cambio no se produce, lo que sigue es la crítica, el juicio, la humillación, las amenazas y tal vez la venganza. Es ya una guerra declarada alimentada por la frustración de no haber logrado el cambio esperado (siempre debido a la perversidad del otro). Pero llegado a este punto, el deslizamiento hacia la pelea y la violencia verbal o conductual, es casi irreversible.

Son estas tres premisas falsas, sus dos corolarios y los tres comportamientos consecuentes, la base de la perversa y mortífera coreografía del fracaso de las relaciones.

¿Por qué son falsas las premisas mencionadas? Veamos una por una.

Adivinación. Nuestro otro no puede saber sin que se lo digamos porque no adivina. Cada uno está en su mundo que se parece al don pirulero en donde cada cual atiende su juego creyendo que es el mismo juego que atienden los demás. Aunque estemos conviviendo hace un tiempo, aunque nos hayamos unido muertos de amor, la complejidad de la vida hace que resulte muy difícil adivinar en qué está cada uno internamente, qué espera, qué necesita en cada momento. No hay otro camino que pedir, aprender a pedir, hacerlo en el momento adecuado y saber que aún cuando lo hagamos de la mejor manera el otro puede no querer o no poder satisfacernos. Lo que seguro no puede hacer es adivinarnos.

Destinatario. Cada uno ve el mundo desde sus propios ojos. No somos el centro de la vida de nadie, no “me lo hace todo a mí”. Si nuestro otro no nos satisface, no es por maldad o desamor como solemos creer, al menos no siempre. Nuestro otro ve el mundo con sus ojos y es como es, puede lo que puede y hace solo lo que puede. Igual que nosotros. Cada uno tiene su propia forma de estar en contacto con sus necesidades y obligaciones, de responder a las mil y una circunstancias de la vida cotidiana, familiar y laboral. Además, y no es un tema menor, muchas veces esperamos que nos de lo que no tiene. Los olmos no dan peras. Aunque insistamos y los forcemos. Y si no nos dan peras no nos lo hacen a propósito para lastimarnos. Es que no tienen y tenemos que recalibrar nuestro pedido. 

Verdad. Centrados en nosotros mismos nos es difícil imaginar que no todos ven las cosas como las ve uno. Creemos que nuestra mirada es la verdadera, que tenemos razón, que las cosas debieran ser como decimos nosotros que son. Las interacciones humanas se basan en eso, en las  lecturas que hacemos de lo que pasa, de lo que creemos que debe ser. Pero las lecturas difieren según quien las haga porque cada uno ve las cosas a su manera. Cada uno tiene su razón, su verdad y apegarse a la propia como si fuera la única nos sume en discusiones inútiles en las que cada uno quiere imponer su verdad al otro y nos perdemos de conocer y comprender a este otro que se esfuerza en no ser avasallado al defender su punto de vista.

El corolario de estas tres premisas falsas y sus conductas resultantes, es claro y obvio. Si querés evitar el fracaso seguro, viví tu relación basándote en estas premisas verdaderas y posibles: a) la gente no adivina, b) no siempre lo que hacemos se lo hacemos al otro, casi siempre es lo único que sabemos o podemos hacer, c) la verdad y la razón en la vida de relación son puntos de vista que nunca abarcan la totalidad de lo que pasa. 

Y si aceptás estas premisas más realistas, probablemente cambie tu conducta. La tuya, no la del otro. Tu conducta es lo único que podés manejar, de lo único que sos dueño (e incluso  no del todo). No podés cambiar la del otro. Dejarás de insistir, reclamar, quejarte, acusar, juzgar, castigar, enojarte y pelear. Tal vez te animes a pedir lo que te hace falta sin esperar que te adivine aceptando que tal vez tu otro no te lo pueda dar porque no lo tiene. Podrás entender y aceptar como sos, con sus luces y sus sombras y como es tu otro con sus luces y sus sombras. Tal vez esperabas lo imposible. Tal vez algo era posible pero no lo supiste pedir. Si te parás sobre las premisas sólidas de una relación, verás si convivir con tu pareja sigue siendo deseable y  posible, si es algo por lo que vale la pena cambiar. Y si descubrís que no lo es, dejarás de esperar lo que nunca recibirás, dejarás la zona de desdicha y fracaso, dejarás de insistir y te abrirás a buscar las peras en otro lado. Lo mejor es que sea un peral para que no vayas a repetir la frustración de buscarlo en otro olmo.

publicado 10 febrero 2020 en LN