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NAZION - comentario sobre film

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Sr Ernesto Ardito y Sr Leopoldo Nacht. Los felicito por el esfuerzo de haber hecho realidad lo que me imagino fue un sueño/necesidad/anhelo de muchos años y que llevó unos cuantos para que pudiera hacerse (además de tiempo y platita). Tiene escenas y momentos impresionantes, entre los que resalta la voz y el discurso de Castellani que yo nunca había escuchado. También las tapas de periódicos en las que se dice sin eufemismo alguno lo que se dice sobre los judíos, todo eso que hoy es políticamente incorrecto pero que imagino sigue vivo de manera solapada en ciertas mentes afiebradas de unción patriótica, occidental y cristiana. Dan un collage sobre la historia, gestación, desarrollo y sostenimiento de las ideas católicas antijudías en nuestro país. Me acuerdo de Graciela Sirota, de Mirta Penjerek, de Pablo Alterman y más cerca cuando la bomba en AMIA de la infausta frase "en el atentado murieron judíos y argentinos"... y tantas cosas más. La Circular 11 del Canciller Cantilo y mi propio ingreso a la Argentina como católica porque si no no entraba y tanto más. Creo que el material es excelente en particular para los jóvenes que desconocen todo esto y que sienten extrañeza ante ciertas nociones porque hoy no es políticamente correcto hablar mal de los judíos (ahora por suerte para el sustrato juedófobo natural está bien hablar mal de Israel que se volvió el judío entre los países, ¡qué alivio!) y salvo que se confronten directamente no siempre tienen idea de cuán antisemita sigue siendo la subjetividad occidental.

Excelentemente filmada y con muy buen sonido lo que permite seguir cada palabra con atención. Muy bueno el recurso de las fotografías con los epígrafes que van armando la secuencia del relato. Me parece un trabajo de una honestidad prístina y de una intención clara y transparente, lo que el espectador agradece. No coincido en todas las opiniones y posiciones (por ejemplo respecto a las realizaciones de Perón, mirada sesgada que solo mostró unas cosas y omitió otras, aunque sí se lo ve como capitán en el golpe del 30, a eso me refiero por honestidad) pero reconozco y valoro mucho lo hecho y cómo estuvo hecho. Es claro que se trata de una mirada reivindicatoria del propio Leopoldo Nacht que ha sufrido exilio y seguro que muchas otras cosas a causa de sus ideales y militancia política. En un punto me resulta sorprendente encontrar en su voz las mismas voces que se oían en los setenta. Desde otro lado me pregunto cómo los 40 años siguientes operaron en la modificación o no de esa mirada. Hoy es un hombre mucho mayor que el que era entonces, tal vez no sigue pensando igual o leyendo igual a la realidad. O sí. No lo sé.

A estos reconocimientos y valores, le agrego también algunas objeciones o propuestas de reflexión.

La más importante es que creo que la pretensión era demasiado ambiciosa y cuando lo que se pretende es incluir todo, se pierde esencia y por momentos el eje y al no poder ahondar en todo hay cosas que arriesgan caer en el panfleto (superficial, bajada de línea y así).

Ciertas referencias y comentarios quitados de contexto brindan informaciones tergiversadas en su lectura actual, lo de ayer debe ser leído en el contexto del ayer, no puede ser leído en el contexto del hoy. Lo sucedido en algún momento del pasado no puede ser transpolado al presente como si se tratara del mismo mundo, de las mismas cosmovisiones epocales.

Si bien Sarmiento dijo lo que dijo, lo dijo en otro contexto del mundo, cuando la Weltanschauung de los "esclarecidos" era europeo-céntrica, cuando se creía -todos lo creían- que la civilización occidental iba a ser la portadora del cambio de paradigma social y "elevaría" la vida de todos, un mundo en el que la idea del OTRO era sinónimo a inferior e indeseado, inferiorizable, usable, operable, convertible, mejorable. La idea misma del OTRO surgió al conocer el hombre europeo luego de sus viajes por el mundo, esas otras personas tan ajenas, tan extrañas, tan exóticas, lo que fue un hondo shock cultural, era un otro que como no hablaba un idioma europeo, no hablaba, era un otro que como no tenía constituida la familia igual, no la tenía constituida de ninguna manera, era un otro que como no construia catedrales no tenía fe religiosa ni espiritualidad o alma.... un otro que se podía apresar y esclavizar, conquistar y colonizar, cristianizar y aggiornar. Ese OTRO esencial dibujaba claramente y por oposición al UNO escencial, blanco-refinado-europeo, y era degradado en su condición humana. En un mundo así vivió Sarmiento. En un mundo que no apreciaba la escolaridad porque era un bien privilegiado para unos pocos y que había sido solo para la Iglesia (acordémonos de El nombre de la rosa, de Umberto Eco), vino este señor y trajo la idea de la enseñanza universal, basada en los principios de la Revolución Francesa. Educación universal y laica porque era profundamente anticlerical, lo que era todo un avance en la época y eso no se menciona en el documental que habla de lo occidental y cristiano. La educación pretendida era, claro está, la moral y la cultura del hombre blanco europeo, porque la del nativo se veía como baja, degradada. Pero se veía así por todos. No solo por Sarmiento (que además era masón, o sea, alguien que bregada por la igualdad de derechos y la libertad de todos, pero en un contexto de educación). Sin poner este contexto queda como que el "padre del aula" era un reverendo hijo de puta que lo único que quería era matar indios y gauchos. Creo que merece una lectura más respetuosa y menos panfletaria.

Por ejemplo -y para hablar de algo que sé un poco más-, cuando se esgrimen acusaciones de antisemitismo a gobiernos y países en las décadas del veinte y el treinta  (solo se habrá salvado el de Checoslovaquia porque Mazaryk, su presidente, también masón además estaba casado con una judía) se pierde de vista que el mundo veía con agrado el milagroso resurgimiento alemán luego de la humillación de Versalles y sus consecuencias leoninas y que tenía a Hitler y a Mussolini como modelos de líderes que no solo eran los factotum del resurgimiento sino que hablaban con la voz del pueblo y recibían su apoyo. El antisemitismo exhibido naturalmente por la mayoría de entonces  no era de temer (distingamos el antisemitismo exclusionista del exterminacionista), era el folklórico, el de siempre, el que nació en el siglo IV con el imperio de Constantino, nada nuevo ni digno de mención: el judío se "sabía" que era de poco fiar y tenía las características descriptas por la estereotipia conocida, en particular la agregada a mediados del siglo XIX con el concepto mismo de antisemitismo (lo judío ya no como religioso o cultural sino genético) y rematado por el fraude de Los Protocolos y el Judío Internacional de Ford. Todo esto era tomado por cierto por la gente y por muchos académicos, recordemos el juicio a Dreyfuss y los debates en la Francia hondamente judeófoba. Todo esto hacía que apoyar al nazismo y expresar ideas antisemitas no fuera raro o no estuviera penado como lo sería hoy, ni ajeno a la moral y a los usos aceptados. No había sucedido la Shoá, los campos de exterminio, los hornos crematorios, la industria de la muerte no era siquiera algo que existiera en la imaginación más fertil de nadie. Se era antisemita porque los judíos no eran de fiar. Y listo, sin otras implicancias. Luego, si se esgrimen declaraciones de los gobiernos del momento traidas al presente y fuera de este contexto legitimador internacional, no se entiende bien y, peor aún, se corre el peligro de entender francamente mal. Lo mismo pasa con Sarmiento. Según mi opinión. Igual con Roca y la odiosa y odiada campaña al desierto y la persecución y asesinato de las poblaciones originarias, ese desdichado y vergonozoso genocidio local. El mundo lo tomaba como legítimo. Se había emergido de la esclavitud hacía muy poco (en Sudáfrica el apartheid duró mucho más, hasta ayer no más), los consensos sobre lo que estaba bien y estaba mal eran muy diferentes a los de hoy, luego, tomar esos hechos sin contextualizarlos o haciéndolo solo desde el punto de vista binario de poderosos-capitalistas-

explotadores versus pobres-ignorantes-confiados-trabajadores, es simplificar  y reducir el problema volviéndolo un panfleto pero no una auténtica reflexión. Y el panfleto enciende y puede estimular a alguna acción, pero no estimula el pensamiento.Las escenas de la Sociedad Rural son redundantes y provocan el efecto contrario al deseado, creo. Se entiende lo que quieren decir, pero la reiteración lo banaliza y termina ofendiendo al espectador que, esté o no de acuerdo, piensa "está bien, ya entendí lo que me quiere decir, no soy  idiota", .Algunas secuencias en las que se toman imágenes de la Shoá tampoco me parecieron necesarias, incluso tal vez confusas. Otra vez, por la ausencia de contexto: no es lo mismo lo que no es lo mismo y, repito, cuando se quiere poner todo, no se puede detener a explicar por qué no es lo mismo, en qué se parece, en qué no, y por qué se toma esa imagen. Las imágenes del Holocausto se han vuelto lugares comunes muy peligrosos que van vaciandose de sentido a medida que se banalizan en su repetición. Estamos en un momento difícil en ese sentido. Nos estamos planteando el sentido de la memorialización y la difusión de algunas cosas que terminan siendo clichés, marcas, modas.Pero, apreciados Ernesto y Leopoldo, todo esto vale la pena ser escrito porque el producto que hicieron lo vale y como bien dicen sobre el final al expresarse en contra del pensamiento único, espero que reciban con todo el respeto con el que lo envío, estos comentarios sobre el film, porque solo han surgido en el contexto de mi aplauso y reconocimiento. Tanto valoro vuestra honestidad intelectual, que no dudo en escribir y enviar esto como devolución obligada.

No depende solo de mi decisión porque integro una organización, pero propondré este film como herramienta de trabajo para conocer, revisar y reflexionar sobre la historia del nazionalismo argentino. De paso: qué maravilla la frase de que los nazis tenían a Hitler, los fascios a Mussolini y los nuestros a Dios.

Gracias y reciban mi abrazo fraternal,

Nota en Pagina 12 http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-21718-2011-05-18.html

Carta abierta al Sr Jorge Altamira (versión publicada)

Nota: Perfil (periódico que publicó la nota de Altamira) solicitó la reducción del texto a la mitad para que pudiera ser publicado. Esta es la versión impresa y publicada el sábado 7 de mayo de 2011:

Sr Altamira.

En su nota “Un jüdenrat entre los K” toma la palabra Judenrat como sinónimo de traidor. Los términos relativos al Holocausto parece que llegaron para quedarse. Hitler, Goebbels, Cámaras de Gas, Auschwitz, Holocausto, nazis son palabras que los políticos y comunicadores esgrimen impunemente. Al rico acervo popular holocáustico, sumó Usted ahora la palabra Judenrat. ¡Aleluya! Un nuevo insulto popular ha nacido. Le ruego que si lo pretende imponer, al menos lo escriba bien: es Judenrat, con mayúsculas (los sustantivos en alemán van así) y, por favor, sin diéresis.

Pero veamos qué quiere decir. Judenrat viene de Rat: consejo y Juden: de judíos,  es decir, “consejo de judíos”. Durante el Holocausto, los nazis se encontraron con que los judíos administraban cada comunidad desde un Consejo tanto para lo interno como para las relaciones con el exterior (por ejemplo el pago de impuestos al Zar). El sistema les resultó funcional y al constituirse los guetos centralizó su administración -la higiene, la alimentación, la salubridad, la reubicación de las familias que llegaban, el trabajo-, pero cuando comenzó el programa de exterminio, lo usaron para ordenar la “cuota” diaria de la relocalización. El destino de muerte de los que subían a los trenes fue conocido pronto y ya los Consejos no pudieron obedecer. La desobediencia era penada con la muerte y la designación de nuevos consejeros. Cada comunidad y cada momento tuvo diferentes conductas, cada cual hizo lo que pudo. Muchos trataron de engañar al ocupante simulando obediencia y tratando de salvar a la gente, engaño que duraba poco, el dirigente era muerto y se ponía a otro y a otro y a otro más. Muchos consejeros participaron activamente en las resistencias armadas y desarmadas, pero la mayoría fue impotente para defender a su gente. Hubo situaciones de traición y entrega, pero fueron las menos y es una afrenta y una ofensa a la memoria de los que valientemente se resistieron, tomar esos pocos ejemplos y generalizarlo.

No se puede pensar el tema fuera del contexto, ni aplicar sus términos a nuestra vida “normal”.  Fue un dilema ético de complicada resolución: la imposición de elegir quien vive y quien no o pagarlo con la muerte. La tarea de selección era puesta diabólicamente en manos de las víctimas, selección finalmente transitoria porque todos iban a morir. Los dilemas éticos del holocausto son uno de los temas más desgarradores para la Humanidad. El de los dirigentes de los Consejos Judíos, enfrentados a su conciencia, responsabilidad y en su total impotencia, es de los más difíciles y sigue siendo material de reflexión e investigación.

Sr Altamira, supongo que usted sabía todo esto. No traicione los conceptos ni tergiverse la historia con un trazo grueso efectista. Si quiere decir traidor, diga traidor.

Diana Wang

Presidenta de Generaciones de la Shoá

Hija de sobrevivientes del Holocausto

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¡Aleluya! ¡Una nueva! (Carta abierta al Sr Jorge Altamira)

El Holocausto, fuente inagotable de insultos mediáticos

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Que los términos relativos al Holocausto son herramientas usadas para cualquier fin está siendo una cuestión que parece que llegó para quedarse. Hitler, Goebbels, Cámaras de Gas, Auschwitz, Holocausto, nazis son palabras a las que los políticos y comunicadores nos tienen acostumbrados, las toman de la repisa y las usan para cualquier fin, generalmente como insultos. Ahora se sumó usted (ver la nota) agregando al rico acervo popular holocáustico, la palabra Judenrat. ¡Aleluya! Un nuevo insulto ha nacido.

Sospecho que debe haber escuchado en sus contactos con el mundo judío que “Judenrat” quería decir “traidor”. Infiero que debe haberlo creído y tal vez no se molestó en averiguar si era cierto. Hoy volvió a su memoria la palabra, tal vez porque suena bien o por lo que alude o por ambas cosas. Y, como hicieron sus predecesores con las otras palabras, debe haber considerado que usarla sería un buen golpe. Entonces, cuando se refiere a José Pablo Feinmann, que para más felicidad también cae en la sospecha de ser judío, le viene como anillo al dedo y le tira al bulto sin detenerse siquiera a apuntar con cuidado.

No me referiré al contenido de su texto, sino exclusivamente al uso en el que incurrió de la palabra Judenrat. Empecemos por el significado. Rat quiere decir “consejo” en alemán y Juden, quiere decir “judío”,  es decir, “consejo de judíos”. Durante siglos los judíos se auto-regulaban internamente en cada comunidad por un Consejo de notables, que se ocupaba de cuestiones menores, de litigios internos y de las relaciones con el exterior, básicamente, el pago de impuestos que siempre eran más altos para ellos. El ocupante nazi encontró que cada una de las comunidades, grandes y pequeñas, tenían un Consejo constituido, decidió entonces, a la hora de la constitución de los guetos, que serían los intermediarios naturales. Su tareas eran ocuparse de lo relativo a la higiene, la alimentación, la salubridad, la reubicación de las familias, el trabajo. Recién cuando comenzó la así llamada “solución final” (el plan de exterminio de todo el pueblo judío), los nazis agregaron a sus órdenes, la “cuota” diaria para la relocalización hacia el este (así es como lo decían, nadie sabía al comienzo, que el destino de los deportados era la muerte). Cuando conocieron la verdad los miembros de los “Judenraete” que se negaron a obedecer fueron muertos y designaron a otros. Quien no obedecía era matado in situ. No hubo homogeneidad empero en las conductas, cada lugar y cada momento tuvo su particularidad. La mayoría trató de engañar a los ocupantes haciendo como que obedecían pero implementando subrepticiamente medidas para salvar a la gente. El engaño duraba poco y el dirigente era muerto y se ponía a otro y a otro y a otro más. Muchos Consejos participaron activamente en las resistencias, tanto armadas como desarmadas, pero la mayoría se vio impotente para defender a su gente. Son contadísimos los casos en los que hubo actos de traición y entrega. Claro que los hubo. Algunos dirigentes creyeron que de esa manera podrían salvar a sus familias, aunque al final, los mataron igual a todos. Los judíos, como usted bien sabe, somos personas igual que todas las personas del mundo. Hay entre nosotros buena gente y mala gente. Le juro Sr Altamira que hay criminales, prostitutas, estafadores, ladrones, mafiosos, proxenetas y pistoleros. Uno no se enorgullece de ellos, así como los italianos no se enorgullecen de la cosa nostra ni andan exhibiéndola por ahí como un galardón. Y es verdad que hubo en algunos Judenraete en algún momento algún dirigente que no hizo las cosas bien. Pero lamento informarle que fueron los menos. La gran mayoría tuvo que enfrentar uno de los más grandes dilemas éticos a los que los nazis nos enfrentaron: tener que elegir quién debía vivir y quién no, delegando en las propias víctimas la sucia tarea de la selección que igualmente era transitoria porque al final moriríamos todos. Los dilemas éticos del holocausto son uno de los temas más desgarradores del estudio de la Shoá. El de los dirigentes de los Consejos Judíos es de los más importantes y sigue siendo material de reflexión por la dureza de lo que tuvieron que enfrentar.

Así que Sr Altamira, si lo que quiso decir hablando de J.P.Feinmann es que tenía que tomar una decisión desgarradora que socavaba las bases de su sistema ético y que corroía lo que era su sostén moral en la vida, pues entonces ha aplicado bien el término y lo felicito y me retracto de mis palabras en este mismo acto. Ahora, si lo que quiso decir –según lo que infiero por el contenido de su texto- es que la conducta de su acusado ha sido traicionera, le informo que ha dirigido el chorro de su ira fuera del recipiente adecuado.

Finalmente déjeme decirle –a riesgo de que me llame “maestra siruela (sic)- que se escribe Judenrat, no jüdenrat, va con mayúsculas, los sustantivos en alemán siempre se escriben con mayúsculas. Y no lleva diéresis. Lo puede ver en Wikipedia.

Atentamente,

Diana Wang

Presidenta de Generaciones de la Shoá

Hija de sobrevivientes del Holocausto

Sobre la banalización de la Shoá

banalizacion.jpg Introducción[1].

Observamos en la arena política y en los medios masivos de comunicación el uso habitual de conceptos que nombran y evocan hechos de espanto como nazi, hitler, goebbels[2],  la imagen de la esvástica y otros, vertidos como epítetos insultantes. Descargados de su malignidad esencial, se ofrecen al mercado de las ideas como productos light, superficiales y de poco peso, que, en su reiteración y abuso, han perdido su toxicidad original. La Shoá es un hecho extraordinario que, como parte del habla común, se transforma en ordinario, incorporado al escenario cotidiano, degradado en una progresiva invisibilización. Cuando lo extraordinario se vuelve ordinario se mueve la frontera entre lo que está bien y lo que está mal, cambian los umbrales, los sentidos y los significados. Usar las palabras referidas a la Shoá fuera de su contexto, aplicarlas a la ofensa personal, a modo de proyectiles destinados a descalificar a alguna persona o institución, abarata a la Shoá, afecta su potencia reflexiva y educativa. Cuando este paradigma del MAL ABSOLUTO se usa como arma, estamos en presencia de la banalización de la Shoá.

¿Qué es la banalización?

La banalización es un concepto propuesto por la filósofa y escritora alemana Hannah Arendt. Enviada por el semanario New Yorker para cubrir el juicio a Eichmann. Sus entregas periódicas fueron publicadas en 1963 como “Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal[3]”.  Lo define como aquel estado en el que se mata (se tortura, se esclaviza, se oprime, se humilla) no por odio, codicia, envidia, celos o venganza sino como consecuencia de una orden impartida por un superior. No se mata como consecuencia de una emoción violenta sino fríamente, como parte de un trabajo, en estado de obediencia debida. Ello requiere la anulación del juicio moral y el atenerse estrictamente al cumplimiento de la orden. El contexto del MAL ABSOLUTO genera las condiciones para que el perpetrador haga el mal de manera banal, sin sentirse responsable. La misma condición de banalidad es aplicable a todos los que cumplen órdenes aberrantes insertos en un aparato o institución dentro del cual su única responsabilidad es obedecer.

Hasta ese momento los perpetradores eran considerados como individuos con alguna alteración psicopatológica o, tal vez, una monstruosidad innata, autistas sociales incapaces de responsabilidad o culpa. La locura o maldad innata los eximía de culpa y adicionalmente nos liberaba a todos los demás. Resultaba tranquilizador creer que si se trataba de locos o malos, eran una excepción, una monstruosidad de la que el resto del mundo, la gente común, normal y cuerda, no se veía afectada. Arendt echó por tierra esta tranquilidad, nos enfrentó con esta noción de que en determinadas circunstancias nadie estaría exento de hacer daño de manera banal, es decir, sin responsabilidad o culpa; abrió nuevas preguntas sobre nuestra propia condición y los límites sociales de la depravación y la crueldad.

Arendt transformó el sentido de la palabra “banalización” para siempre y hoy se refiere a la trivialización de conceptos y hechos que naturalmente indignan, causan disgusto o son delito. Pero, al usarlos de ese modo,les quita peso, más ligeros se digieren mejor,  pueden ser incorporados sin generar inquietudes ni incomodidades;no requieren del cansador trabajo de la reflexión. La banalización transforma algo importante en intrascendente, lo normaliza, lo vuelve sustantivo común. Cuando se banaliza a Hitler y se lo esgrime como arma, no se habla ya de ese déspota que hace algunas décadas quiso cambiar la estructura social y biológica del mundo en un delirio autocrático y megalomaníaco, ahora es hitler, un bufón histérico y algo ridículo con un bigote minúsculo que gesticula y habla escupiendo palabras guturales y da órdenes como un payaso risible. Hitler se banaliza en hitler[4].

El banalizador de la Shoá instala, tal vez sin quererlo, la idea que cualquier cosa es válida cuando se requiere centimetraje periodístico, efectos veloces e impacto inmediato. En el derrame impune de las palabras elegidas para tales efectos -goebbels, nazi, hitler- se advierten dos cosas. Una, la ignorancia del proceso de banalización puesto en marcha y sus consecuencias, lo que es grave para un político o comunicador social, porque desciende los umbrales sociales de aceptación de lo inaceptable. Dos, el conocimiento pobre, superficial y estereotipado sobre la Shoá; no se pretende que todos seamos expertos pero, al menos aquéllos que pretenden representar a la gente, cuando hablan, debieran saber de qué hablan para que sus palabras y sus personas no pierdan credibilidad y confianza.

La Shoá, el MAL y la Humanidad.

Arendt no estuvo sola. Muchos otros más tarde –Todorov[5], Agamben, Bauman por ejemplo- han elevado la voz ante lo que significó y representa la Shoá. La han inscripto en la sociedad humana como una evidencia de su intrínseca fragilidad moral, lo que nos fuerza a revisarnos en nuestra propia vulnerabilidad y quiebre. Ante determinadas condiciones sociales y políticas, la así llamada “ética” se desmorona y revela la fractura de los modelos morales impartidos con las mejores intenciones por los dispositivos escolares, religiosos y familiares.

Zygmunt Bauman[6] argumenta que la Shoá no es ajena a lo humano ni a lo occidental, por el contrario, aunque totalmente evitable, ha sido una consecuencia de la modernidad. Las mismas estructuras y modos de operar que hicieron tan eficiente la industria de la muerte, eran las que ya regían previamente y son las que siguen rigiendo en nuestro mundo, siguen siendo los fundamentos de nuestra sociedad. El nazismo y su solución final no fue un “rayo fatídico”, una excrescencia azarosa de la sociedad. Bauman sacude nuestra comodidad con su demostración de que este sistema criminal, su invención y realización, está inserto en la civilización y que es una de sus consecuencias lógicas aunque, repito, absolutamente evitables.

Ciertamente, el nazismo fue parte de la sociedad, participó de sus logros y los utilizó en beneficio de sus políticas bélicas y de exterminio. No se creó un aparato social nuevo ni dispositivos sociales diferentes sino que se utilizaron los que existían: organización, planificación, verticalidad, jerarquización y división del trabajo, aceptación de órdenes, burocracia, eficiencia, rapidez, evaluación de costos y desarrollo tecnológico, la noción de que el fin justifica los medios. Todo este aparato contó con la complacencia, complicidad y/o indiferencia de la gran mayoría de la población que admitió, explícita o implícitamente, la política de exterminio total del pueblo judío como un mal necesario. El uso de los dispositivos sociales existentes y conocidos permitió que las acciones fueran llevadas a cabo con frialdad y eficacia, dejando de lado los aspectos personales, eliminando cualquier sentimiento de culpa, estimulando más bien el gusto por haber cumplido la tarea encomendada. Merced a refinadas técnicas de propaganda (cuyos mismos principios siguen utilizándose en la propaganda política y en la publicidad comercial) se transformó la conciencia colectiva en una masa maleable dispuesta a encolumnarse detrás de algunas decisiones que normalmente habrían determinado oposiciones y disidencias. En todas las etapas se contó con la colaboración, muchas veces de muy buen grado, de técnicos, operarios, profesores, académicos, científicos, intelectuales y ciudadanos de buena fe, personas que, en otras condiciones, no habrían aceptado las acciones de crueldad en las que participaron. Los mismos elementos enunciados previamente, son los que constituyen nuestro mundo actual y constituyen tanto su fuerza como su debilidad. Son las instituciones y los dispositivos sociales los que determinan qué está bien y qué está mal, qué hecho se premia y cuál se castiga y mucha de la educación está dirigida a silenciar el espíritu crítico de los educandos, los estimula a obedecer y tomar lo que el maestro enseña como verdades reveladas[7]. Como sucede en la actualidad, también el lenguaje del III Reich, que tan agudamente describió Viktor Klemperer[8],se cuidaba muy bien de enunciar con eufemismos (hoy diríamos “palabras banales”) las acciones emprendidas con la intención de conservar un estado de aparente normalidad que mantenía anestesiada la conciencia crítica colectiva.

Agamben[9] postula que los campos de concentración y exterminio nazis son el paradigma de la modernidad, han instalado la excepcionalidad jurídica como entidad. El universo concentracionario fue el ámbito de la experimentación médica donde se introdujo una nueva disciplina que llama la bio-política: el prisionero se veía reducido a la “nuda vida”, es decir, excluido de la condición de miembro de la comunidad, era despojado y amputado de su vida privada y del derecho; estaba, existía, pero sin ningún derecho ni siquiera sobre su propio cuerpo. Sostiene Agamben que, en la política de genocidio del pueblo judío, el nazismo instaló este modelo que se replica en la actualidad en grupos de individuos que, como los concentracionados, subsisten de manera dual, también están y no están, dentro y fuera de la ley (piensa en colectivos humanos relacionados con control de la natalidad, venta de órganos, desnutrición, eutanasia, explotación, esclavitud, tortura, genocidio).

El camino a la banalización.

La banalización de la Shoá es un fenómeno reciente, pero comenzó incluso antes todavía de que el plan de exterminio hubiera sido pensado[10]. A partir de 1933 y hasta 1945 los judíos fueron señalados, marcados, perseguidos, echados, acorralados y por último asesinados en el reino de terror del nazismo. Los sobrevivientes, decididos a hablar y contar lo vivido, debieron callar durante décadas porque, entre otras cosas, no había nadie dispuesto a oír. Cuando finalmente se quebró este dique de silencio, sus testimonios derramaron sobre nosotros un espanto indecible. Además de sus voces, decenas de películas prestaron imágenes que recorrieron el mundo. Luego, miles de documentos, investigaciones, tesis de grado y posgrado, textos académicos intentan conocer primero y comprender después, lo que pasó y cómo fue posible. La Shoá ya es de público conocimiento y algunos de sus hitos y conceptos se han vuelto lugares comunes que se dicen pero en los que, infortunadamente poco se reflexiona. Los políticos y comunicadores que necesitan renovar las metáforas de su discurso para concitar la atención de los medios, se apropiaron de estas palabras tan pregnantes. Así Auschwitz, Campos de Exterminio, Gueto de Varsovia, Hitler, Goebbels, Nazi, sucedidos con mayúsculas, son nombres propios que se refieren a lo que ha ganado su triste lugar en la lengua y en la historia, se han minusculizado en su devaluación, se han vuelto banales. En este contínuum que va de los hechos al silencio, del silencio a la aceptación, de la aceptación a la difusión, de la difusión al lugar común irreflexivo, se ha agregado la banalización.

Evolución de las palabras.

Las palabras son materia viva, nominan hechos y relaciones pero, al mismo tiempo, las construyen y las constituyen en un proceso de entretejido permanente. El paso del tiempo y las incidencias de su uso, hacen que las palabras vayan adquiriendo nuevos significados, se tiñan de diferentes cualidades, sean aplicadas por las nuevas generaciones en una permanente y viva actualización. Son materia y producto de la comunicación humana y siguen los derroteros de las interacciones y necesidades. Es tanto lo que se dice acerca de la banalización que hasta ya se ha banalizado a la banalización misma. En parte, y esto también se planteará más adelante, es un desafío para quienes estamos comprometidos en rituales y mecanismos de memoria y ritualización, puesto que requieren de repetición,  y la repetición misma lima los bordes agudos y disminuye la fuerza de lo que se dice. Lo que está sucediendo con las palabras relativas a la Shoá, y mientras estemos vivos los sobrevivientes y sus descendientes directos, requiere de nosotros un alerta activo y la decisión de abrir una y otra vez el archivo aludido y volver a las fuentes, o al menos, proponer la discusión cuando se advierta una alteración significativa del sentido.

Cuando se utilizan conceptos relativos a hechos extraordinarios y se los aplican a contextos ordinarios, se banaliza. En la intención de subrayar o enfatizar una idea, es válido y legítimo el uso de la metáfora y la analogía. Un concepto conocido y auto-evidente, con un peso específico que hace innecesaria una aclaración, es un atajo comunicacional de gran potencia. Pero cuando su uso se degrada en insulto o se usa en cualquier contexto o para cualquier fin, la licencia poética pierde sentido. La palabra esgrimida cumple la función de arma pero, en el trayecto, sufre el efecto secundario de la pérdida de su contenido original, se vuelve ruido, ese tren que pasa cada tanto y ya no se advierte, se ha vuelto parte del escenario cotidiano.

Ya el Ministerio de Propaganda del III Reich había enunciado las leyes y principios que debían regir toda propaganda que pretendiera construir opinión y consensos. Uno de esos principios era que debían enunciarse pocas ideas, de manera binaria, con muy pocas palabras y que pudieran ser entendidas por los iletrados, debían ser ideas o conceptos simples que tuvieran eco universal para que pudieran ser incorporadas, metabolizadas y, luego de una insistente repetición, aceptadas por todos como verdades per se. La propaganda política y la publicidad comercial sigue estos mismos principios. Si se quiere cubrir de lodo a alguien o insultarlo, el recurso de apelar a términos relativos a la Shoá asegura que el mensaje será recibido. La exageración, la sobredimensión, el estiramiento de las ideas hasta grados inverosímiles forman parte de la intención: pintar con un trazo grueso inequívoco y terminante. Por ejemplo llamar holocausto prenatal[11] a la ley del aborto.

Contenidos y falsificaciones.

Se acusa de goebbels a todo aquel que sea visto manejando la información de modo sesgado o autoritario. Aplicar alegremente el apelativo de goebbels es una clara evidencia del más absoluto desconocimiento de lo que se está hablando. ¿Quién fue y qué hizo Goebbels? El Ministro de Propaganda del III Reich montó un operativo tan exitoso que consiguió encolumnar a todo un pueblo tras los delirios megalomaníacos de Hitler y convertir a gente común en ejecutores y cómplices de asesinatos masivos. Cualquiera sabe que sin el apoyo de la población civil ninguna medida impopular podrá ser aceptada y ningún estado dictatorial puede mantenerse en el poder. El Ministerio de Propaganda nazi encontró esa veta en la teoría “racial” e instaló la idea y la necesidad de la reingeniería humana para mejorar la “raza”: se mataría así a gitanos, homosexuales, discapacitados físicos y mentales y, por supuesto y de manera central, a todo el pueblo judío. El plan quedó trunco merced a la derrota del nazismo pero, si hubiera triunfado, habría continuado con el exterminio del resto de los “inferiores”: los negros, los amarillos, los marrones, los rojos…, todo el que no fuera blanco, rubio y “ario”[12]. ¿Puede un plan de esta enormidad compararse siquiera con cualquier medida tomada por alguno de nuestros políticos?

La palabra nazi es usada como sinónimo de autoritarismo, obcecación, rigidez y como tal es disparada a diestra y siniestra. Pero el nazismo fue otra cosa que un arranque o estilo autoritario o caprichoso, fue una ideología política impuesta por un estado dictatorial, que propendía a la supremacía de Alemania, primero sobre Europa y, finalmente, sobre todo el planeta. La teoría “racial” y el consecuente asesinato de los considerados “inferiores” no tiene ni un pequeño e insignificante punto de comparación con nada de lo que pudiera acusarse a ninguno de nuestros políticos, por más autoritarios, caprichosos o antidemocráticos que sean.

Los judíos son noticia.

Los conceptos relativos a la Shoá tienen el valor agregado de tocar un tema judío, lo que los hace privilegiados por su pregnancia y peso emocional. Jews are news es una conocida frase del mundo periodístico: los judíos son siempre noticia, la mención a algo judío le da a la información, a la conversación, al intercambio, un plus, un sobreentendido aceptado que genera una complicidad silenciosa. Se puede disentir con casi todo, pero la judeofobia está hondamente arraigada en la cultura occidental, es un atajo privilegiado puesto que genera una inmediata comunidad de opinión. Debemos, en consecuencia, distinguir a la banalización de la Shoá de la judeofobia, el antisemitismo, el antisionismo y el negacionismo, aunque no siempre es una tarea fácil porque las fronteras son porosas o sus territorios se superponen.

La judeofobia es el odio o rechazo hacia los judíos, desde lo religioso o étnico. El antisemitismo está basado en la superchería de la “teoría racial” que atribuye causas biológicas a las diferencias morfológicas o culturales de los pueblos. El antisionismo, una expresión travestida de la judeofobia ahora desde lo político, es la oposición a la existencia del Estado de Israel. El negacionismo es la línea de pensamiento que niega la existencia del plan nazi enunciado como la “solución final del problema judío” y alega que es una creación de los judíos, que no existieron los hornos crematorios ni los campos de exterminio. No necesariamente quien incurra en la banalización de la Shoá es judeófobo, antisemita, anti sionista o negacionista pero, en el acto de la banalización abona, tal vez sin quererlo, los objetivos de aquéllos.

Podría decirse en este punto de la argumentación que, dado que soy judía, me caben las generales de la ley y soy pasible de recibir la misma crítica que han recibido otros judíos al momento de señalar alguna conducta como judeófoba o antisemita. Hay quienes dicen que los judíos somos muy susceptibles, que leemos como antijudías las referencias anti israelíes o que entendemos como antisemitas todo y cualquier comentario adverso que nos incluya o mencione. Se nos acusa de extremadamente sensibles, de exagerados, de aprovechadores, de víctimas profesionales, y de pretender serlo de manera excluyente y autorreferencial. Convengamos que tenemos buenas razones para encender los alertas y emprender alguna acción, ante el menor esbozo de lo que puede desembocar en lo que, tristemente, conocemos como posible. Convengamos también en que la judeofobia y el antisemitismo siguen vivos y sus signos se advierten por doquier. No es de extrañar. Esta noción, alimentada a lo largo de 16 siglos, es lo que conocemos como el prejuicio antijudío y ha sido sumamente útil para explicar cosas complejas. Un  prejuicio así no se disuelve de la noche a la mañana, está hondamente arraigado en la cultura occidental y, en el mejor de los casos, podrá irse diluyendo con un arduo y lento trabajo pedagógico y reflexivo. Esperemos que esta dilución demore menos que los 16 siglos de su instalación, difusión y prédica constante.

La banalización de la Shoá, tiene este aditamento de referirse a algo judío, lo que suma un ingrediente importante. Occidente está habituado a aceptar el prejuicio antijudío, contra el que, todavía, no lucha con demasiado entusiasmo. El judío culpable de todos los males, ese Otro de una otredad absoluta, sigue siendo útil, una conveniente explicación y desplazamiento que quita peso y responsabilidad a los verdaderos ideólogos y ejecutores de políticas cuyas injusticias sociales asumen el grado de escándalos morales o delitos francamente criminales.

Sin precedentes, pero se ha vuelto precedente.

La Shoá no ha sido un hecho ordinario en la civilización. Si bien puede encuadrarse como uno de los genocidios (y de eso el siglo XX tiene muchos ejemplos), ciertas características lo diferencian de los demás. Yehuda Bauer[13] enunció que nunca antes –y hasta ahora, nunca después- hubo un genocidio con estas características. No se refiere a la cantidad de muertos ni a los mecanismos de los asesinatos ni al sufrimiento humano involucrado; la Shoá no es original ni única ni extraordinaria por esas razones. Dice que su condición de extraordinaria estriba en cuatro razones: 1)tuvo una causa ideológica delirante: pretendía fundar una nueva biología, la así llamada teoría racial, una superchería científica, una falsedad; 2) no tuvo determinantes pragmáticos: ni económicos, ni territoriales, ni religiosos ni políticos, solo motivos ideológicos; 3) el grupo afectado sería la totalidad de los judíos: serían exterminados todos los miembros de su pueblo sin posibilidad de redención, conversión o traslado (los otros grupos designados para la muerte no lo eran de manera total); 4) el exterminio de los judíos tenía un alcance extraterritorial, universal, no habría fronteras: sea donde estuviere, el judío sería apresado y asesinado, era un plan planetario. Ya el genocidio perpetrado sobre algún grupo humano es un hecho extraordinario pero estas cuatro características de la Shoá enfatizan su particularidad y señalan su lugar como paradigma del MAL. Su gran importancia, dice Bauer, se debe a que, si bien la Shoá no tiene precedentes, ha sentado un peligrosísimo precedente en la historia de la humanidad, ha marcado un camino que cambió la frontera de lo que era imaginado como posible, ensancha los límites del MAL.

Un éxito y un fracaso.

Vemos con preocupación que la difusión de la Shoá, comporta una doble consecuencia: es un éxito y es también un fracaso.

Éxito. Es un éxito que se haya convertido en el paradigma del MAL, que su difusión instalara la concepción del matar organizado y banal, ejecutado como quien cumple un horario de trabajo, como quien saluda al entrar o se despide al salir, como el cerrar los ojos al disponerse a dormir; invisible y estereotipado, parte del escenario de lo cotidiano, posible y permitido. Este MAL que la Shoá ha encumbrado como modelo está en el imaginario colectivo universal. Las investigaciones, libros, testimonios, tesis de doctorado, textos académicos, films de ficción y documentales sobre ello se multiplican porque es un laboratorio privilegiado para investigar los alcances de la crueldad humana y la fragilidad de los sistemas políticos y morales en los que vivimos. Este éxito es el que, por otra parte, con el mal uso y abuso, ha abierto las puertas de la banalización.

Fracaso. Es un fracaso porque la difusión misma, construida a veces con frases hechas, de manera simplista, binaria y superficial, atenta contra la cabal comprensión de los hechos. La repetición e insistencia en los lugares comunes, verbales y audiovisuales, puede producir el efecto contrario al deseado y conducir al hartazgo. Tanta película de guerra, tanto insistir con las mismas escenas y símbolos amputa la condición de extraordinario, banaliza, y lo expresado pierde la potencia cuestionadora de interpelar a la Humanidad. El filósofo Alain Finkielkraut[14] lo expresó de este modo:  Nosotros los europeos, nosotros los franceses, queríamos extinguir las llamas del antisemitismo con el agua de la memoria. Y, de pronto, parece que estamos añadiendo, con la memoria, más leña al fuego. Cuanto más conmemoramos, invocamos, y enseñamos el dolor del Holocausto, cuanto más escudriñamos estos tiempos oscuros, más enfurecemos a los países, a los continentes, a las comunidades y a las minorías que no se sienten responsables de estos acontecimientos. Cada conmemoración incrementa el enojo en otras partes del mundo, mayormente en nuestros suburbios, en los barrios no europeos de nuestras ciudades, la ira crece con la buena fortuna de los reyes de la desgracia: los judíos” . Y agrega: no muestran su disgusto por lo que se hizo en Auschwitz, sino ante el recuerdo de Auschwitz y boicotean Auschwitz por considerarlo un producto israelí”. Tal vez no se haya llegado en el cono sur de América a un tal estado de cosas. La Argentina no tiene razones para reprocharse ninguna complicidad en el asesinato de judíos planificado por el nazismo (aunque existieron gestos que revelan simpatías y complicidades)[15]. Sin embargo, dado que la banalización de la que estamos siendo testigos y víctimas es un efecto negativo del conocimiento superficial y estereotipado de la Shoá, quizá sea cuestión de tiempo el que, lo descripto por Finkielkraut en Francia, llegue a nuestras orillas. La banalización prepara la tierra para que estas ideas prosperen.

Si la difusión y repetición ha generado estos efectos, nos vemos frente a un serio dilema respecto a nuestro ejercicio de memorialización. Es un camino de difícil salida puesto que callar está fuera de cuestión y tanto hablar no sólo termina por hartar sino que banaliza el sentido de lo dicho. Una de las frases hecha repetidas hasta el cansancio es que es preciso recordar para no repetir. Hemos aprendido que la realidad la contradice una y otra vez. No es repitiendo que se evita la repetición. Al menos, no es repitiendo de esta manera. La pregunta acuciante que surge es: ¿entonces cómo hacerlo?

Conclusión.

“Nunca más” dijo el mundo luego de la masacre genocida sobre los judíos. Frase contundente que hoy es aplicada a cuanto fenómeno genocida o de terror de Estado se produzca. La Shoá como paradigma del MAL es el modelo supremo de la capacidad destructiva de la humanidad que, además de establecerse como precedente, revela que no hay límites para lo que el hombre puede hacerle al hombre. La Shoá se ha vuelto un alerta, un piloto que debiera estar siempre encendido, un patrón de medida que calibre las conductas asesinas de países y organizaciones.

La banalización quita potencia reflexiva y los contenidos tóxicos se vuelven elementos de consumo habitual, lo que cierra las puertas al aprendizaje consecuente. La banalización conduce a la habituación y la aceptación de acontecimientos similares como “naturales”, cambia el umbral del horror ante lo extraordinario y permite que, en caso de esbozarse o suceder efectivamente, la mirada esté poco atenta, sea más benévola, no se despierte el juicio crítico y la reacción consecuente sea, por fuerza, más tardía.

Cualquier cosa que atente contra la vida y la convivencia civilizada debe ser encarada en su justa medida e importancia. Banalizar el consumo y el tráfico de drogas, la desnutrición infantil, la trata de blancas, la violencia doméstica, la industria bélica, el trabajo esclavo, las dictaduras, la tortura, los genocidios, es convertirlos en hechos ordinarios y comunes, que ya no producen ni indignación ni espanto, lo que atenta gravemente contra su tratamiento y eventual erradicación. Si se los ve como comunes, normales, aceptables, comienza a caminarse por la vereda en donde un desdichado duerme a la intemperie en una misérrima cucha de cartón rodeado de la suciedad y el abandono más degradantes y ya no se lo ve, integrado al paisaje urbano, es invisible. En la misma línea, banalizar la Shoá, este serio precedente de lo que la sociedad humana puede llegar a hacer, es dejar que el monstruo exterminador y genocida se prepare para el próximo ataque sin que los dispositivos sociales, institucionales y  políticos adviertan sus amagues con el tiempo suficiente de hacerles frente y desactivarlos.  Si banalizamos seguimos indefensos, vulnerables e impotentes. Si banalizamos seguiremos declamando “nunca mas” a los vientos y nuestras palabras se diluirán en el aire. Si banalizamos estamos haciendo oídos sordos a lo que anticipó Heinrich Heine en 1820: “donde se queman libros, después se quema gente”. Parecía tremendista, exagerado y susceptible, pero 120 años después, su amargo vaticinio se hizo realidad.

Buenos Aires, Abril 2011



[1] La autora agradece la lectura crítica y las valiosas sugerencias de Aída Ender, José Blumenfeld, Susana Luterstein y Jonathan Karszenbaum, miembros de Generaciones de la Shoá en Argentina.

[2] Están en minúsculas porque se usan como sustantivos comunes.

[3] Aunque la autora se refería, como se verá, a los perpetradores y no al MAL; el famoso subtítulo le fue impuesto, aparentemente, por la editorial.

[4] Dijo Charles Chaplin que de haber sabido lo que pasaba bajo el nazismo, no habría filmado “El Gran Dictador” (es de 1940)

[5] Todorov, Tzetan: “Los abusos de la memoria”. “Frente al límite.”
[6] Bauman, Zygmunt: “Holocausto y Modernidad”.

[7] A Michel Foucault le debemos el señalamiento de los dispositivos de vigilancia, control y poder de la sociedad, una especie de 'prisión continua', en la que todo está conectado y vigilado tendiendo a la generalización de la “normalidad”. (En Vigilar y Castigar).

[8] Klemperer, Viktor: “LTI. La lengua del III Reich”. “Traslado” en lugar de deportación, “solución final” en lugar de asesinato masivo, “carga” en lugar de personas transportadas, y así sucesivamente.
[9] Agamben, Giorgio: “Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida”. “Homo Sacer II. Estado de Excepción.” “Homo Sacer III Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo”.

[10] La “solución final” fue decidida recién en enero de 1942 en la Conferencia de Wansee.

[11] Eduardo Bieule en su Carta de Lectores, La Nación publicada el 24/3/11

[12]  Lo “ario” denomina una categoría lingüística: las lenguas tienen raíces arias, semitas u orientales, aplicarlo a la biología, como hace la teoría racial, es una falsificación científica (fue extrapolado en el siglo XIX por Wilhelm Marr y aceptado como válido dado que brindaba un supuesto soporte científico a la judeofobia pre-existente). De hecho, la raza humana es una sola, no hay razas o sub-razas en ella, como lo ha probado el Proyecto de Genoma Humano. Raza, ario y semita, aplicado a la biología de los humanos, debería ser mencionado siempre entre comillas.

[13]Bauer, Yehuda: Conferencias en www.generaciones-shoa.org.ar
[14]Finkielkraut, Alain: “Recordación y resentimiento” Discurso inaugural del 7º Congreso Internacional sobre Educación y Memoria del Holocausto, Yad Vashem, 12/6/2010

[15] Solo dos ejemplos de entre muchos: la Circular 11 emitida secretamente en 1938 que impedía el ingreso de refugiados judíos, hecha pública y derogada recién en 2005 y el Acto Nazi en el Luna Park el 10 de abril de 1938, con la presencia de 20.000 personas (el mayor acto nazi fuera de Alemania).

Palabras para Eliahu

Eliahu Toker

Esperaré verte siempre que entre al café donde estableciste tu oficina, en la mesa del fondo, la de al lado de la ventana. Tus papeles, tus libros, las biromes, los anteojos apoyados mientras mirabas a lo lejos. Tu sonrisa al verme llegar. Tu mirada porosa y tu palabra polinizadora. La vida es complicada y uno se dice que no tiene tiempo de ver a los que quiere todo lo que quisiera. Pero no es verdad, lo que pasa es que uno supone que tiene tiempo, que todo seguirá siendo como es, que te llamo mañana, que la semana que viene y de pronto ¿hace cuánto que no nos vemos? y entonces el urgente ¿hola Eliahu, cómo estás? y tu voz cansada, como si hubieras estado subiendo una ríspida cuesta y te costara seguir, ¿qué te pasa? ¿qué tenés?.... nada, unas “nanas”, me molesta el hombro, pero ya mejoraré... y me lo creí. Aunque en realidad ni pensé si te creía o no. Te ibas a mejorar, claro que sí, si eran solo unas “nanas”. La vida no pide permiso, mirá si ibas a pedirlo vos y mirá si yo iba a dudar de que ibas a mejorar. ¡Cualquier día!  Y se volaron los siguientes dos meses, y yo creída en tu prometida mejoría, tanto que no llamé para ver cómo seguías (otra vez la fantasía de la eternidad). Y de pronto, sí, así, de pronto,  ya no estás. Tus “nanas” no eran canciones de cuna inofensivas. Quisiste ahorrarnos la pena de anticipar tu ausencia, nos cuidaste con la delicadeza, la discreción y el recato que te eran proverbiales, te hiciste a un lado, sin estridencia alguna, en tono menor, el mismo de la música judía de Europa oriental, ésa de los hondos suspiros, los gestos y las alusiones que nunca te arrinconan ni te fuerzan ni te atacan, un tono menor de ternuras y profundidades, evocador, manso y vibrante. En Coronel Díaz y Santa Fe seguirá estando tu mesa, la del fondo, la de al lado de la ventana y como se espera al profeta en la noche de Pésaj, esperaré verte siempre que pase por allí. Y aunque ya no pase, esperaré verte y pondré un pocillo de café en tu nombre y veré tu sombra recortada con tu mirada perdida a lo lejos, y se me escapará sin que me de cuenta alguna palabra en idish. Creerán que estoy loca, pero gente como nosotros no se asusta de eso, en algún lado estarás sonriendo en silencio.

Eliahu Toker se fue el 3 de noviembre de 2010.

Sus voz hecha texto escrito está en:

UNA JUDÍA ACONSEJA A POLÍTICOS Y COMUNICADORES

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Si no han aprendido hasta ahora, es hora de que lo hagan y se ahorren problemas. Eviten mencionar a los judíos o a cualquier cosa atinente a nosotros. No se metan en problemas, es complicado. Cualquier cosa que digan puede sonar mal. Mencionando algo relacionado a los judíos –religión, holocausto, nazismo y así- sin saber bien de qué se está hablando puede traer consecuencias no buscadas. E inmediatamente se enciende un alerta y se disparan las sirenas. La cosa no es caprichosa ni aleatoria, tiene una explicación. Se trata de un secreto milenario: hemos desarrollado un dispositivo protector de transmisión oral, la ABEJA -sigla de Alarma Básica y Específica de Judeofobia Ambiente- que, a modo de sismógrafo sutil y sensiblemente calibrado, incorpora, estudia, evalúa y nos pone en guardia, ante el más mínimo atisbo de ignorancia o discriminación anti judía.  La ABEJA está siempre alerta, es una cuestión de supervivencia.

Aunque su necesidad tiene más de dos mil años, la ABEJA así como lo conocemos hoy –aunque más primitiva- tiene su origen en Europa. Nació en el siglo IV bajo el imperio de Constantino el que instaló a la Iglesia como religión del imperio e impuso a mis antepasados el rótulo de asesinos de Cristo. A partir de allí la ABEJA se fue perfeccionando durante los siglos de bulas papales y peleas feudales y principescas, que llevaron a la prohibición de poseer tierras, la imposición de ocuparse solo de finanzas, artesanías y comercio para después señalarnos como usureros. La ABEJA fue recalibrada durante las Cruzadas, con la difusión del libelo de sangre (que nos acusaba de secuestrar niños cristianos y desangrarlos para nuestros rituales demoníacos), tuvo otro momento rutilante en la Inquisición, las conversiones forzosas, las matanzas, las torturas, y luego en los exilios y las deambulaciones de mis tatarabuelos; sufrió un nuevo ajuste con las teorías raciales que condujeron al así llamado antisemitismo, y luego con el invento de los Protocolos de los Sabios de Sión, los pogromos asesinos que se llevaron a mis abuelos –la ABEJA había quedado desactualizada- hasta el final de fiesta a toda pompa y sangre que fue el nazismo y la Shoá donde se masacró a casi toda mi familia. Luego de eso la ABEJA, nuevamente perfeccionada, pareció haber alcanzado su calibración definitiva y hasta se creía que nunca más iba a ser necesaria. Pero no. Cuando los sobrevivientes se sacudían las cenizas que ensombrecían sus memorias y ya Israel era un sueño hecho realidad, aplaudido por todos mientras estaba en las malas, bastó que ganara su primer guerra, la de los Seis Días, para que la mirada benévola se volviera acusación. Los técnicos se abocaron a recalibrar nuevamente a la ABEJA ahora a un nuevo nivel: mientras nos dejamos matar, está bien, pero cuando decidimos que una parte de la tribu sea un país como cualquier otro, eso sí que no. El ajuste actual incluyó en consecuencia al antisionismo que enarbola el sucio dedo de la culpa señalándonos, pero con un evidente alivio, un “ya lo sabíamos, no son de fiar estos judíos”. La ABEJA revela en sus registros que el judeófobo  justifica así su mala conciencia y su odio ancestral. Y no digo que acuerde con el gobierno de Israel ni con lo que pasa allá, no tengo por qué defender ni justificar ni participar de sus decisiones. No los voté, soy argentina y voto acá. Aunque pertenezco a la misma tribu de los judíos que viven en Israel, no soy israelí, pero como de la misma tribu me afecta lo que allí suceda y me toca lo que de ello se diga aunque no sea responsable. (Israel es un país, no es “los judíos”). Sí, ya sé, no es fácil. Y la ABEJA hubo de ser ajustada nuevamente porque nos “toleran” mientras seamos débiles, víctimas, estudiosos, comerciantes o prestamistas, pero no somos “tolerados” si no nos dejamos matar, si queremos ser igual que cualquiera. Y llegamos al día de hoy con la nueva palabreja del mundo políticamente correcto, la tolerancia. Qué espantosa palabra, ¿no?. Se tolera al que no se quiere, al que no se acepta, al que se aguanta.

Y ni qué decir de las bombas a la embajada de Israel y a la mutual judía, el mayor atentado terrorista que sufrió la Argentina, cuando se dijo, otra vez con alivio, que murieron judíos e inocentes. La ABEJA tuvo mucho trabajo esos días y hubo de sufrir una nueva recalibración.

Por todo esto, queridos políticos K, no-K o anti-K, queridos candidatos a políticos, queridos asesores de los candidatos a políticos, queridos periodistas y comunicadores sociales, tengan cuidado cuando nos usan con ligereza en sus declaraciones. La ABEJA saca el aguijón, se pone a vibrar como loca y se vienen los comunicados, los reclamos, los pedidos de disculpas, los medios levantan la noticia y la acomodan para atacar a unos y a otros. No hay ganancia. Mejor no digan nada. Háganme caso. No se metan en camisa de once varas que aprieta y enseguida se le saltan los botones.

Publicado por El diario de Leuco, 1 de septiembre 2020

Carta de Lectores publicada en La Nación 13/10/2010

¿Vale la pena contestar un desaguisado semejante al proferido por el Ministro de Economía cuando dijo que algunos periodistas eran “como los que ayudaban a limpiar las cámaras de gas en el nazismo”? ¿Tendrá alguna idea de lo que sucedía en los campos de exterminio? ¿Se imaginará lo que es estar obligado a retirar cientos de cuerpos de hombres y mujeres, viejos, adultos y niños, despegarlos para separarlos –y no me detengo en cuestiones de difícil digestión-, acomodarlos en carretillas, llevarlos a sitios especiales para hurgar en ellos por si tuvieran valores escondidos y después introducirlos uno a no en los hornos crematorios? ¿Le contaron que los encargados de estas tareas sabían que su propio destino iba a ser igual en pocos días? ¿Alguien le habrá informado que estos mismos prisioneros fueron los que dinamitaron uno de los hornos crematorios en Auschwitz?

Carta de Lectores - Boudou/nazismo

Publicada en La Nación 13/10/2010

¿Vale la pena contestar un desaguisado semejante al proferido por el Ministro de Economía cuando dijo que algunos periodistas eran “como los que ayudaban a limpiar las cámaras de gas en el nazismo”? ¿Tendrá alguna idea de lo que sucedía en los campos de exterminio? ¿Se imaginará lo que es estar obligado a retirar cientos de cuerpos de hombres y mujeres, viejos, adultos y niños, despegarlos para separarlos –y no me detengo en cuestiones de difícil digestión-, acomodarlos en carretillas, llevarlos a sitios especiales para hurgar en ellos por si tuvieran valores escondidos y después introducirlos uno a no en los hornos crematorios? ¿Le contaron que los encargados de estas tareas sabían que su propio destino iba a ser igual en pocos días? ¿Alguien le habrá informado que estos mismos prisioneros fueron los que dinamitaron uno de los hornos crematorios en Auschwitz?

Si supiera todo eso –es lo que espero de un ministro del poder ejecutivo de mi país- ¿cómo se atreve, cómo pudo ocurrírsele semejante analogía? Los pobres prisioneros que se ocupaban del trabajo más abyecto de los criminales nazis no tenían elección alguna, querían vivir un día más y tener la posibilidad de rebelarse y cuando llegara su hora, morir de manera digna y honorable luchando por la recuperación de su humanidad. ¿Pensará Boudou lo que dice o lo dice porque supone que tampoco tiene elección y también quiere estar un día más…? Y si lo consigue, ¿será que acaso espera rebelarse algún día y recuperar su honra y su dignidad? Si fuera así, vale la pena contestarle.

Diana Wang.

Presidenta de Generaciones de la Shoá en Argentina.

¿Por qué recordar la Shoá en la Argentina? [1]

Nota: ponencia presentada en el seminario "La Shoá, los genocidios y crímenes de Lesa Humanidad: enseñanzas para los juristas" organizado por la Secretaría de DDHH del Ministerio de Justicia y el Mémorial de la Shoah de Paris. Es la transcripción de mi presentación oral según como fuera publicada en el libro. No recuerdo por qué la mención a Daniel Goldman, tal vez él debía venir y no pudo y fui convocada en su lugar, pero no lo recuerdo (hablando de recordar....). Muchas gracias a los organizadores por haber confiado en mí, especialmente a Andrea Gualde y a Roxi Perel. En tan poco tiempo, que fui notificada de esta participación, haré lo posible por compartir con ustedes algunas reflexiones. Tengo algunas cosas parecidas con el rabino Dany Goldman y otras muy diferentes. El rabino Dany Goldman es quien tendría que estar acá en este momento. Soy judía como él. Y soy hija de sobrevivientes igual que él. Pero no soy rabina y no tengo su ilustración y su hondura filosófica, así que no van a contar con esto de mi parte.

Desde mi lugar de hija de sobrevivientes, como presidenta de una organización que se ocupa de transmitir y educar sobre el tema de la Shoá, y también un poquito desde mi lugar de psicóloga, que es inevitable (soy todo eso), hay toda una serie de cosas que querría compartir con ustedes.

Obviamente, la memoria es indispensable. Recordar y saber qué pasó forma parte del conocimiento que todas las sociedades tenemos que tener. Pero, ya a esta altura del partido, aquel lugar común de recordar para no repetir, sabemos que es una vana ilusión. Se recuerda y se recuerda, y se repite y se repite, y se mejora incluso. Así que recordar solo no es suficiente. Hay algo más que debemos hacer. 

La pregunta es por qué recordar la Shoá en la Argentina. Esto es lo que dice en el programa. Como buena judía, lo primero que contestaría es por qué no. Por qué la Argentina tiene que ser diferente de otros países. En este momento la Shoá está siendo un tema tomado por casi todos los países porque porta una serie de lecciones e informaciones que cambiaron definitivamente la mirada que tenemos los seres humanos sobre las sociedades. Hay un antes y un después de la Shoá con respecto a la concepción de lo humano. Pero déjenme decirles, antes, que me quedé pensando qué interesante que un lugar como la Argentina, en el sur del Cono Sur, tan lejos de los escenarios europeos en donde sucedió la Shoá, estamos teniendo un simposio sobre la Shoá y estamos hablando de la Shoá. Y creo que es absolutamente pertinente hablarlo acá y en todas partes.

Qué hubiera pasado si el Ejército Rojo no hubiera detenido el avance del ejército alemán en Stalingrado. Qué hubiera pasado si el general Patton no hubiera triunfado en el norte de África y hubiera entrado en el sur de Italia. Qué hubiera pasado si los Aliados no hubieran ingresado en Normandía. Qué hubiera pasado con el mundo si el nazismo hubiera triunfado, a casi ochenta años de su instauración en 1933. Probablemente, muchos de nosotros no estaríamos vivos, no estaríamos acá. No sé cuántos judíos hay en la sala pero no hubiera quedado ni un judío en el mundo. El nazismo tenía un plan que era universal, que no tenía fronteras geográficas. El plan de la creación de la raza superior no tenía fronteras. Era un plan planetario, iban allí como demiurgos, como semidioses, querían construir lo que ellos llamaban “la raza superior”. No habría discapacitados físicos, no habría discapacitados mentales, no existirían homosexuales. Y bueno, irían por más. No existirían negros, ni amarillos, ni rojos, ni marrones, ni gente con los ojitos así. Vaya uno a saber en qué mundo viviríamos si el nazismo hubiera triunfado. Entonces, por esto es pertinente hablar de la Shoá acá y en cualquier lugar del mundo. Porque simplemente se detuvo porque perdieron la guerra. Entonces, no tenemos que perder de vista que la Shoá estuvo en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, y gracias a que la perdieron, el mundo pudo seguir, bien o mal, como ha seguido. Pero, seguramente, mejor que si hubiera estado bajo el nazismo.

Pero también, hablar de recordar la Shoá en la Argentina y también en otros países tiene sentido por las varias lecciones que comporta. Nos ha enseñado, y todavía no sé cuánto hemos aprendido, del alcance de los sistemas políticos totalitarios y de la enorme vulnerabilidad de las sociedades humanas frente a eso. Nos enseña sobre el fracaso de los dispositivos educativos que tenemos, sobre la fragilidad de los individuos y las sociedades para contrarrestar los poderosos efectos de este sistema, para no someterse al aparato de la propaganda y al hondo lavado de cerebro que éste determina. A la dificultad de la lucha,, tanto individual como grupal, a la presión grupal y social –y acá habla la psicóloga– por esta necesidad que tenemos los seres humanos de ser aceptados, de pertenecer a un grupo. Esto se ha probado por infinitos estudios, que determinan la aceptación y el sometimiento a ciertas normas del grupo aun cuando algunos individuos no estén de acuerdo.

Nos enseña sobre el entumecimiento del juicio crítico, que es una consecuencia de todo lo anterior. Sobre la comodidad, sobre la burocracia. Sobre los aparatos que nos dicen que nosotros confiemos en alguien que nos dice que sabe lo que hace y que nosotros simplemente hagamos lo que tenemos que hacer. No miremos el cuadro grande. Sobre todo esto nos enseña la Shoá permanentemente. Y la Shoá debe ser un ejemplo, y debe ser mostrado como un ejemplo de a lo que se puede llegar si se siguen las últimas consecuencias de lo que esto propone.

Tenemos varios ejemplos en la Argentina. Voy a hablar solamente de uno. Podría tomar cualquier otro, pero voy a hablar de lo que pasó en la Guerra de Malvinas. Tal vez los compañeros franceses de la mesa, que no estuvieron acá, no sepan cómo fue el clima cuando comenzó la Guerra de Malvinas. El país estaba presidido por un gobierno de facto, por un presidente cuya mayor virtud era su resistencia al whisky, la cantidad de bebida alcohólica que tomaba, y se hacían muchas bromas respecto de eso. Tenía una oposición popular muy grande porque había medidas que habían sido muy impopulares. Entonces, un día se llena la Plaza de Mayo, ésta que tenemos acá a una cuadra, con una manifestación absolutamente en contra del gobierno. El gobierno declara la Guerra de Malvinas y, dos días después, la misma plaza se llena de gente vitoreando al presidente. Hay algunas cabezas que hacen así porque nos acordamos de lo que fue. Es decir, un día en contra y dos días después “el pueblo” llenando la plaza a favor de esta decisión.

Yo recuerdo los titulares de los diarios, yo recuerdo el “estamos ganando”. “Estamos ganando”, pero miren qué pretensión delirante. Al ejército británico ayudado por el ejército americano. Nosotros, la Argentinita, ese paisito chiquitito, nosotros estamos ganándoles a ellos. Se acuerdan de nuestras bravatas, de nuestra arrogancia de argentinos, diciendo “que se venga el principito”, como que nosotros lo vamos a atacar, con tango, con mate o con asado, porque no sé con qué lo íbamos a atacar. Recuerdo cuando íbamos a dar clase a las escuelas, a los chicos de diecisiete, dieciocho años. Los chicos que nacieron después de la Guerra de Malvinas no entienden esto que estamos contando. Pero cómo, ¿eran idiotas que declararon una guerra a estas potencias mundiales? Entonces les contamos. Chicos como ustedes, yo los vi en la televisión haciendo colas en el Ministerio de Guerra para ofrecerse como voluntarios. Para ir a morir a esas islas con piedras desérticas por una supuesta reivindicación histórica del robo de los piratas ingleses. Me acuerdo de la gente haciendo colas entregando medallitas y cadenitas de oro. Nos acordamos de todo esto. Bueno, esto es lo que hace un gobierno totalitario –es un ejemplo muy chiquitito– que nos toca absolutamente a todos.

Este tipo de cosas han pasado más de una vez en la Argentina, en Chile, en Uruguay, en distintos países. No voy a abundar en esto porque todos conocemos estos mecanismos afilados, desarrollados hasta grados preciosos por el Ministerio de Propaganda de Goebbels; siguen siendo usados y aplicados por la propaganda política, por la publicidad comercial. Los mismos principios desarrollados por el Ministerio de Propaganda. Y esto tenemos que ir a enseñarlo a las escuelas. Tenemos que ir a enseñar cuáles son los principios, para mostrar qué vulnerables son a la manipulación y a la formación de la supuesta opinión pública que apoya a estos gobiernos totalitarios en decisiones impopulares a través de una cuestión que inventa como la Guerra de Malvinas.

Podría decir infinidad de cosas por las cuales es importante hablar de la Shoá, pero quiero mencionar una sola más hasta pasar a otro tema que quiero tratar con ustedes. El conocimiento, el reconocimiento y el aprendizaje sobre aquellos poquitos, muy poquitos, que se atrevieron a pensar por sí mismos, que no se sometieron al lavado de cerebro y que hicieron lo que en aquel momento no había que hacer, a los que se opusieron, a los que en la Shoá salvaron judíos aun a riesgo de su propia vida, a esos que han tenido conductas casi siempre inconscientes, que si las hubieran pensado no las hubieran hecho. Pero aprender de ellos, cuáles son los resortes que se movieron, porque es ahí donde encontraremos alguna respuesta que todavía necesitamos aprender.

La otra cosa que quería decirles es algo que me llama mucho la atención, y en este foro de juristas y de pensadores sobre el tema de la Shoá quiero proponerlo como una cosa que me inquieta, que es el uso de ciertas palabras, retomando algo que comentó el juez Rozanski, que es el uso apropiado de las palabras. He escuchado acá y en otros sitios y documentos que se usan las palabras “raza”, “racismo” y “antisemitismo”. Entonces, quiero dedicarme brevemente a hablar de esas tres palabras y tratar de convencerlos a ustedes de por qué son impropias y por qué no deben ser usadas.

El concepto de antisemitismo es un concepto acuñado por Wilhelm Marr, un escritor y periodista alemán al que se le ocurrió este concepto a mediados del siglo XIX. Escribió un panfleto que rápidamente tuvo difusión, vendió en la sociedad, y entonces el concepto de antisemitismo fue instalado y empezó a tener una validez cuasi científica. Wilhelm Marr hizo un salto sofista muy interesante. Miren lo que hizo. Porque lo semita existe; existe lo semita, pero no en la biología. Wilhelm Marr plantea el antisemitismo como un concepto que tiene que ver con la biología. Hay gente que nace semita y hay gente que nace no semita: aria, negra, oriental, o lo que fuera. Lo semita es genético, es ontológico, es lo que uno es. Es semita. Si uno es semita eso no se puede cambiar, no se puede convertir, no se puede convencer. Si uno es de tal altura. Uno es lo que es y no puede cambiarlo. Resulta que lo semita es un concepto de la lingüística, lo semita son las lenguas. Hay lenguas de raíces semitas, lenguas de raíces arias y otras raíces. Hay lenguas semíticas, como el hebreo, como el árabe, y lenguas arias. Y entonces, lo que hizo este hombre fue un salto mágico: si esto se aplica a la lingüística, trasladémoslo, transpolémoslo a la biología. Esto es un gravísimo error. No existe algo así como el antisemitismo.

Lo que sí existe, la palabra que más se le ajusta, es judeofobia. Es el odio o la sospecha frente a lo judío. Esto tiene una historia, primero una historia religiosa por la judeofobia de la Iglesia Católica. Luego, la judeofobia europea por algunas características supuestamente atribuidas a los judíos, que arman el estereotipo judío del judeófobo. Pero lo que agrega Wilhelm Marr es la pretensión científica. A partir de ese momento los judeófobos europeos y los del mundo entero se quedaron tranquilos. Porque no era que ellos tenían algún prejuicio que mejor no contar y este sentimiento que no era bien visto. No; es que estaba fundado en la biología. Los judíos éramos gente diferente. De ahí a excluirnos y luego a exterminarnos son algunos pasos lógicos en la sucesión de los acontecimientos.

Y en qué se basa Wilhelm Marr en este concepto de antisemitismo. Se basa en el concepto de raza. La raza era una idea que existía con bastante anterioridad al siglo XIX. Se supone que es una idea que comenzó a conocerse en el siglo XVI, en el siglo de los colonialismos. Cuando los europeos con sus barcos salieron a conquistar África y América, a colonizar y expoliar a los dos territorios en colonias. Se encontraron con el otro, con el Otro, con un negro, con otra forma de narices, con otra forma de pelo, con otra cultura, con otra sintaxis idiomática y otras costumbres. Entonces, este Otro inmediatamente fue subsumido por la categoría de subhumano. Y aparece el concepto de raza. “Raza”, ligado a la categoría de inferior. Raza no como diferente sino como inferior, aplicada a los pueblos de África, aplicada a los pueblos primigenios de América. Y esto ¿qué permitió? Permitió el comercio esclavista, cosificó a la gente; entonces no había ninguna culpa porque no eran seres humanos iguales que los europeos, a éstos se los podía comprar, vender, manipular, esclavizar y dejar morir. No había ningún problema para ello.

Sobre este concepto del siglo XVI se monta un político francés, Joseph Gobineau, que también en la segunda mitad del siglo XIX escribe un libro que se llama Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, en donde pone sobre la mesa aquello que Wilhelm Marr había esbozado con el antisemitismo. Entonces, él habla de una desigualdad cualitativa, donde hay mejores y peores. Esta idea de Joseph Gobineau luego fue utilizada en Los protocolos de los sabios de Sión, que se basa en un escrito francés que después fue retomado por la policía zarista, en El judío internacional, de Henry Ford, y finalmente fue retomado por Rosenberg y el nazismo y su ruta, y el camino que nosotros conocemos.

Y hay una coincidencia. Tanto el antisemitismo como el concepto de racismo fueron acuñados en la segunda mitad del siglo XIX, en años muy próximos. Y uno se pregunta a qué se debe esto, ¿es casualidad? Resulta que tiene que ver con la emancipación de los judíos en Europa Occidental. La mayor parte de los países de Europa, entre ellos Alemania y Francia, había emancipado a los judíos, y en este momento de la historia, a partir de 1870, tenían los mismos derechos ciudadanos que el resto de la población. Entonces se necesitaba diferenciarlos. Por eso estos conceptos aparecieron.

Estos conceptos que estoy desarrollando en este momento son los conceptos con los que nosotros vamos a las escuelas y trabajamos, porque tienen que ver con el fundamento biológico de la discriminación. Entonces, lo que proponemos es dejar de llamar razas y racismo, no tengo otra palabra, la única palabra que puedo decir es “lo que se conoce como racismo”, porque no hay otra palabra para llamarlo, y hacer una propuesta en las Naciones Unidas para que deje de llamarse así, porque se sigue llamando así en los convenios de Naciones Unidas. Y la idea es ir a las escuelas y mostrar cómo estos conceptos están integrados a nuestra cultura y determinan conductas, miradas y prejuicios, no solamente en contra de los judíos.

En la Argentina tenemos otros grupos que en este momento están siendo mirados de manera discriminadora. En un momento, los coreanos. Tenemos inmigrantes de países vecinos, paraguayos, bolivianos. En otro momento fueron los chilenos. Todo este cuerpo de pensamiento y de información puede ser aplicado a la revisión de la forma en la que es mirado otro, cuando es visto como Otro, con mayúscula, cuando es visto como amenazante, cuando es visto como diferente de mí y tal vez inferior.

Una de las cosas que estamos haciendo en este momento, y con esto termino, desde Generaciones de la Shoá, y que quiero compartir con ustedes, es lo que llamamos el proyecto Aprendiz. El proyecto Aprendiz es una forma diferente de trabajar con la memoria. Y lo queremos proponer a esta audiencia porque creemos que es novedoso y creativo, y que compromete a la gente de una manera muy particular. El proyecto Aprendiz consiste en el emparejamiento de un joven con un sobreviviente en una relación personal, en donde el joven –con “joven” queremos decir gente de entre veinte y treinta años, no menos de veinte– aprende del sobreviviente, que será su maestro, no solamente su historia durante la Shoá, sino quién es, cómo ha vivido, sus pequeñas anécdotas, que le permitan a este joven –dentro de diez, veinte, treinta o cuarenta años más– pararse frente a un auditorio y contar la historia de la Shoá, de viva voz, como un relato personal. Lo que nosotros hemos observado, y en esto se basa el proyecto Aprendiz, es que es muy importante la información escrita, los libros, las películas, pero no hay nada que impacte y que mueva más a un auditorio que la presencia física del testigo. El testigo porta no sólo la información sino la encarnación de una historia, con una emoción que muchas veces hace a la información transmitida indeleble y persistente en la memoria. Entonces, hay algo que tiene que ver con el trabajo en la memoria que tiene que pasar también por lo emocional. Y en esto se basa el proyecto Aprendiz que estamos llevando a cabo.

 

 

 


[1] Transcripción de la ponencia de Diana Wang, en el Seminario “La Shoá, los genocidios y crímenes de Lesa Humanidad: Enseñanzas para los juristas” organizado por la Secretaría de DDHH del Ministerio de Justicia de la Nación y el Memorial de la Shoah de Paris. 27-28 de Septiembre 2010. Está publicado en el libro homónimo.

Sin cuerpo no hay rituales

captura-de-pantalla-2010-08-31-a-las-141432.pngCuando falta un cuerpo, se rompen los rituales que inscriben esa muerte en la cadena de lo humano. ¿Cómo duelar al ser querido perdido sin la evidencia de su muerte? El Holocausto,  los diferentes genocidios o politicidios, como nuestra pasada Dictadura Militar, han producido un tendal de muertos sin sepultura: los que ya no están, pero que no están ni vivos ni muertos. En palabras de aquel infausto general de triste memoria: son desaparecidos, no tienen entidad, seres disueltos y esfumados entre noche y niebla, exiliados del ritual humano de la muerte.

La muerte nos sume en el misterio y la sinrazón absolutos. Desde el comienzo mismo de la historia todas las culturas han generado rituales funerarios que permiten abordar ese momento tan doloroso. Lo incomprensible y siniestro de la muerte puede así ser aceptado emocionalmente y traducirse en representación mental. En nuestra sociedad, el velorio, el relato del momento de la muerte y su causa, los recuerdos compartidos, el entierro o la  cremación, los rezos, el llanto, el consuelo coral, van tejiendo un entramado social de recuperación de sentido que permite la lenta acomodación a la nueva vida sin el que ya no está. Los deudos se apoyan unos a otros, comparten la pena y puede inscribir el suceso de la muerte en la historia familiar. En el ritual el fallecido es nombrado y recordado, desde su historia y estirpe, en su red de amigos y parientes, con sus particulares sueños, esperanzas, logros y frustraciones y adquiere una nueva entidad jurídica. Merced al ritual la vida del ser querido perdido se vuelve relato y el relato permitirá el ejercicio de aceptación y más tarde el de recordación en el sitio y la fecha instituidos para su memoria.

Sin cuerpo no hay rituales, el duelo no puede empezar, los familiares no pueden acceder a los recursos y dispositivos provistos por la cultura. Sin la constatación de la muerte, no hay un cuerpo que hable de quien ese cuerpo fue, queda un hueco con aullidos ininteligibles e inhumanos; es un vacío obturador que impide la construcción de un relato. Sin ritual tampoco se instituye un lugar y una fecha. El muerto queda exiliado en un limbo siniestro, sin entidad ni representación social y humana alguna. La necesidad de ritualización es tan poderosa que algunos familiares de desaparecidos y de víctimas del Holocausto, han inventado actos de representación para incluir esta ausencia en su trama familiar. Placas individuales o colectivas, espacios de memoria y recordación, fotos, libros, ceremonias, dispositivos paliativos, parches que malcierran el dolor y que mantienen abierta la espera de la aparición del cuerpo que permita empezar, y por fin cerrar, el proceso de duelo que hasta entonces quedará inconcluso. A ello debemos sumar que sin el cuerpo, el dolor se potencia con una cruel incertidumbre que se vuelve pensamiento torturante: ¿habrá muerto? ¿cómo convencerse de ello sin haber visto el cuerpo? El muerto sin entidad, el desaparecido genera esa atroz y fantasmática expectativa de una aparición posible, mezcla de perversidad y esperanza. Hay padres de desaparecidos que aún hoy se sobresaltan toda vez que suena el teléfono esperando oír la voz del hijo que nunca pudieron enterrar.

Kadish” film de Bernardo Kononovich (2009), muestra a un hombre que sostiene un documento donde figura el nombre de un familiar asesinado en la Shoá y, como si fuera aquel cuerpo, dice kadish (la plegaria judía que se pronuncia en el momento del entierro). El padre católico Patrick Desbois, creó en 2004 Yahad in Unum, un proyecto para desenterrar las fosas comunes en la actual Ucrania, donde yacen el millón y medio de judíos asesinados por los Grupos Especiales nazis. Los restos que encuentra, mediante el análisis de sus ADN, podrán alguna vez ser restituidos a sus familiares y tener así una sepultura humana.

Personalmente siempre espero que mi hermano Zenus, a quien nunca conocí, alguna vez aparezca. Mis padres lo entregaron en Polonia en 1942 a una familia cristiana con la esperanza de que sobreviviera al  nazismo. Terminada la guerra, lo fueron a buscar y les dijeron que había muerto de tifus pero que no “recordaban” lo que habían hecho con el cuerpo. Sin ese cuerpo, ¿cómo convencerse que murió? Para mis padres antes, para mí ahora, Zenus no tiene “entidad”, no está ni vivo ni muerto, no lo puedo llorar ni tampoco esperar. Puedo dar fe personalmente del peso y la presencia que tiene este muerto sin sepultura en mi vida, una especie de fantasma que mantiene abierta de manera cruel la eterna expectativa de que alguna vez podría aparecer.

Diana Wang

Presidenta de Generaciones de la Shoá en Argentina

De encierros y libertades. A propósito del hallazgo de los mineros chilenos.

Todos sentimos alegría por la constatación de que los mineros enterrados en Chile estén con vida y de que hayan comenzado las acciones para mantenerlos vivos y en un futuro, rescatarlos. Uno imagina la angustia del encierro, la desesperanza e impotencia, el temor de haber sido dados por muertos, el calor, la sed, el hambre, el vacío de la ausencia de comunicación con el exterior. El escenario es claustrófobo y terrorífico, una especie de muerte en vida. Todo esto cambió con la conexión establecida y con la reapertura de la esperanza. Es casi un milagro, renueva la fe en lo mejor de lo humano. No nos ponemos a pensar ahora en que las cuestiones de seguridad no fueron atendidas lo suficientemente, que la empresa no consideró que la vida de los mineros debía ser protegida mediante la construcción de otra salida como se hace en países con mayores controles. Es momento de alegría y regocijo. Pero vienen a mí, sin que lo pueda evitar, -y acusándome de injusta- otros hechos protagonizados por otras personas encerradas, también angustiadas, desesperanzadas, impotentes, con hambre y sed, pero, a diferencia de haber sido objeto de un accidente, su enterramiento se debía al peligro de muerte en el que estaban. Eligieron ese encierro, eligieron esas duras condiciones porque era mejor que estar en el exterior, a la intemperie como blanco del acosador asesino.

Pienso en mis padres que estuvieron 22 meses hacinados en un altillo de 70 cm de altura máxima, en un total silencio para no ser descubiertos, en la oscuridad más absoluta, temiendo en cada minuto ser denunciados y asesinados; un primo escondido con ellos, a sus cinco años, cuando salió tenía atrofiados los músculos de sus piernas debido a la inmovilidad a la que estuvo obligado en sus años de crecimiento; hasta hoy renguea, pero vive; aprendió sus primeros juegos entre el horror del silencio, la quietud y la oscuridad.

Pienso en los Ackerman, un matrimonio y sus dos hijos, que sobrevivieron escondidos en las cloacas conviviendo con todo tipo de alimañas, en el lodo y la pestilencia, durante cerca de un año y medio, tiempo en el que no emergieron nunca a la superficie, jamás asomaron a las calles que estaban ahí nomás, sobre sus cabezas.

Pienso en Stan que sobrevivió escondido en un sótano lóbrego y húmedo junto con otras quince personas; tenía 11 años y domesticó a una rata que fue su compañera de juegos y mascota durante los largos meses de encierro.

Pienso en Rivka de 9 años que permaneció escondida en el fondo de la cucha del perro de una granja, sin que los granjeros lo supieran, compartiendo con el ”dueño de casa”, el noble perro, su comida y las peripecias de su vida.

Pienso en Félix que sobrevivió en un pozo cavado bajo la casa de quien fuera la cocinera de su familia, en la tierra, en un pequeño sitio junto con tres personas más, no podían ponerse de pie ni cambiar de posición porque el lugar no era suficiente, debían estar, ellos también, en total y absoluto silencio y en completa oscuridad; en ese contexto, Félix siguió sus estudios porque uno de sus compañeros de infortunio era un tío, profesor de física y matemáticas, quien le impartió las clases de ésas y otras materias, en la oscuridad más absoluta, sin papel ni lápiz, sin tiza ni pizarrón, todo de memoria y susurrado; cuando la guerra terminó llegó a Francia y fue admitido en la Sorbonne donde se graduó con honores. “Nunca tuve que estudiar” decía, “me bastaba con cerrar los ojos y escuchar al profesor, igual que en el escondite con mi tío”.

Todos ellos eligieron estar escondidos porque el mundo había enloquecido: estar libre era peligroso, estar encerrado era la salvación. Y no sé si sufrieron serios traumas, sabían que no tenían alternativa y cuando uno sabe que no tiene alternativa, de alguna manera se las arregla, pone las cosas en su debido lugar y se concentra en vivir. A diferencia de los mineros ellos no sabían si alguna vez terminaría su encierro o si podrían sobrevivir siquiera un día más, no tenían ninguna ilusión.

Me da mucha alegría que los mineros hayan sido encontrados y que se les haya abierto una esperanza, que sepan que son esperados, que se hará lo posible por rescatarlos, que el mundo está atento a ellos y a su sufrimiento. Me da tanta alegría como la pena que siento por todos los que eligieron enterrarse en vida para huir del odio, rodeados de indiferencia sin tener al menos el consuelo de saber que eran esperados en alguna parte, que alguien estaba intentado hacer algo por salvarlos. ¿Cuántos habrá hoy en las mismas condiciones? ¿Cuántos en Darfur, en la Latinoamérica de los cárteles, en el Africa diamantera, en otros confines? ¿cuántos hay encerrados en el silencio y la oscuridad y la indiferencia más total? Son afortunados los mineros que tienen a tanta gente preocupada, a todos los medios de prensa atentos.

Me dirán que ¿qué tiene que ver una cosa con otra?, ¿por qué relacionar este hecho con aquéllos?. Responderé que es parte de mi patología como hija de sobrevivientes de la Shoá. Es mi porción de locura heredada de aquella locura del mundo y con la que seguimos conviviendo. Es maravilloso advertir el espíritu humanitario despertado universalmente por los pobres mineros aprisionados. Pero me da lo que llamaría una cierta envidia retrospectiva, un poco de pena y un chiquito así de  vergüenza.